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Pérez Barriopedro > Luis Ortega

Con una mínima elevación de cabeza por encima de la pantalla, cada día descubro una de las imágenes más significativas y bochornosas de la España contemporánea. Es el culmen del golpe de estado perpetrado por un mando de la Guardia Civil, un número indeterminado de miembros de la Benemérita, muchos ajenos a las intenciones del degradado Tejero Molina, y con ayuda de generales -oficialmente fueron condenados Milán del Bosch y Armada, dispuesto a encabezar un gobierno de concentración- que, según avanzaron los acontecimientos, se descolgaron de la conjura. En el centro de la imagen, pistola en mano y flanqueado por sus voluntarios o ignorantes secuaces, el garrido traidor que violentó el orden constitucional, sin otro argumento, que la desaforada nostalgia de quienes ganaron una guerra antigua, se beneficiaron hasta última hora -20 de noviembre de 1975, y tras una terrible agonía, la muerte lenta del dictador, sometido a experimentos clínicos, crueles e inútiles- y que, contra la democracia enseñaron su zafiedad cuartelera; resumida de modo espléndido por el reportero de Efe, Manuel Pérez Barriopedro, dedicada por su autor, y distribuida por todo el mundo como expresión de una barbarie felizmente abortada. Durante tres décadas la observé como un anacronismo patrio que, por profilaxis, resulta útil recordar y, en cada mirada, me repetía interiormente que nunca más sería posible una baladronada de ese calibre. Ayer, cuando se cumplían treinta y un años del tejerazo, tuve alguna que otra duda porque en esa fecha tan señalada, como para rematar una sutil crueldad corporativa, el polémico Baltasar Garzón era expulsado de la carrera judicial tras una sentencia que castiga el método y, a lo peor, redime la gran golfada de Correa y compañía, ya saben los del caso Gürtel. Escribí a propósito de otra sentencia escandalosa, que exculpó a los presuntos cómplices del asesinato de Marta del Castillo, que teníamos que esperar los fallos de Camps, Correa y Garzón, el juez juzgado, para saber como es y como actúa la justicia española. Sin defender la heterodoxia en la instrucción del magistrado estrella, les aseguro que siento vergüenza y miedo de sus juzgadores y que me preocupa, por encima de todo, la sospechosa unanimidad. Más tarde o temprano, un tribunal internacional independiente y sensato tumbará este dislate; entonces, quizás, Correa, el Bigotes y una imprescindible comparsa de cargos públicos gozarán de la libertad ante la anulación de la causa. La foto de Tejero me dio repeluz por mis hijos y por los niños y jóvenes que merecen un futuro con garantías y poderes dignos.