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Salmodias > Alfonso González Jerez

Ahí está Paulino Rivero, subido en una peña frente al mar, gritando todos los amaneceres, con precisión maniática, lo de las bonificaciones a las tarifas aéreas, lo del plan para la rehabilitación de la planta hotelera, lo de las prospecciones de Repsol en aguas próximas a Canarias, en fin, sus cuatro cosas. Y lo único que le llega es el eco, porque al otro lado lo que existe es el muro de hormigón de una mayoría absoluta en las Cortes. Esa salmodia reivindicativa ya no es una estrategia política, sino una mala costumbre del pasado. Ese vano ayer en el que los coalicioneros disponían de tres o cuatro diputados y los gobiernos del PP o del PSOE los necesitaban para su cuadrar su aritmética parlamentaria. Es un pasado que desapareció y que previsiblemente no volverá en mucho, mucho tiempo, por tres razones básicas: el PP dispone de un poder político formidable, el PP no gobierna en Canarias, el PP ha decidido, entre el cálculo de intereses de Soria y la triunfalista borrachera poselectoral de la dirección nacional, romperle la crisma a Coalición Canaria, y la situación de quiebra técnica del Estado es un acicate para transformar lo imposible (mantener las transferencias, financiar planes y convenios) en un instrumento de lucha partidista: ningunear, acusar y deslegitimar al Gobierno autonómico. Y el Gobierno autónomo no se mueve. Es un Gobierno a la defensiva -como todos- pero que ha perdido, si alguna vez la tuvo, cualquier iniciativa política. Es un Gobierno que parece resignado a administrar el desastre y que casi parece asumir el apocalipsis como una forma de melancolía. Mientras Rivero hace gárgaras petitorias todas las mañanas, su vicepresidente, José Miguel Pérez, construye silencios perfectos a lo largo del día, aunque de tarde en tarde profiere alguna fiereza profesoral, como lo de anteayer: “Ni Franco pudo doblegar a Canarias”. El señor Pérez se refería, claro está, a la terquedad de la oligarquía económica isleña en la elaboración del primer REF, al principio de los años setenta, no a los detenidos, torturados o fusilados por el franquismo en el Archipiélago con la complicidad de esa misma oligarquía, a lo largo de cuarenta años, pero estos detalles escapan al común de los mortales. Entre los responsos infatigables de Rivero y la fatiga silenciosa de Pérez, el Gobierno autonómico parece esperar a que escampe en medio de un diluvio universal que no lo parará en los próximos años. Es impresionante porque no terminan de asumir, salvo a efectos contables, la catástrofe cotidiana que carcome a las islas y que no solo golpea sin miramientos el presente, sino que destruye cualquier estrategia de desarrollo. Mantener las reivindicaciones puede ser un imperativo político, pero no soluciona nada económica y socialmente. Un plan integral de auxilio e integración social, una reactivación de la agricultura y del consumo interno de productos isleños, nuevos dispositivos de colaboración con el sector industrial, lucha abierta en Bruselas por la integración en programas europeos, una reforma administrativa inteligente, una política portuaria basado en la importancia logística que merezca ese nombre. Cualquier cosa antes que la épica, entre grandilocuente y gangosa, de la demanda y la queja.