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Sexo exprés > María Montero

Retrato de un sábado noche en la vida de cualquier grupo de jóvenes o adultos: él aún se halla perfilando su barbita de cuatro días en su casa, y ella anda rebuscando en su armario un vestido sugerente. Ambos son esperados por sus grupos de amigos. Todos ellos acabarán encontrándose en algún bar de copas. También podría ser un sábado de Carnaval. Finalmente sucede. Nadie recuerda quién dio el primer paso, pero él y ella ya se han conocido, incluso él ya le ha robado a ella varios besos, y ella luce un compás sensual mientras mira a este macho seductor. No sabemos si él es macho alfa o sigue algún instinto masculino, pero ella tampoco está segura de si quería ligar con él o sólo era cuestión de orgullo. Tampoco importa. El Carnaval ha empezado y todo vale. Hasta los disfraces se reinventan, y hasta que se caigan las máscaras el embrujo perdura. Él suspira: “Quiero vivir el revolcón del siglo”. Ella piensa: “Hace un siglo que no tengo un revolcón”. Y ambos se dicen: “¿De qué vas disfrazado?”, y lo que no se preguntan ante una aparente indiferencia: “¿Hay posibilidad de retozar juntos?”… Prosigue la noche y hasta el amanecer ocurre lo inimaginable. Se han cambiado los disfraces, sus pieles se han impregnado del salitre de la playa. Amanece fuerte, y deciden culminar la noche con un café más sereno. Ella sugiere tímidamente: “Veo que no llevas anillo de casado. ¿Es verdad que trabajas en el ayuntamiento?”. Él traga saliva y añade: “Me estoy separando. Aplicaron una herejía en mi partido y ya no soy de confianza. Ahora busco trabajo. Y tú, ¿no tienes hijos?”. Ella mira hacia otro lado y contesta: “Bueno, me gustaría tener bebés, pero mi exnovio no quería y ahora estoy dolida con los hombres”. Y prosigue: “Y tú, ¿confías en las mujeres; te gustaría tener pareja?”. Él carraspea y sentencia: “Bueno, ahora quiero estar solo, no quiero compromisos, pero esta noche contigo ha sido increíble. Te llamaré”. Ella concluye: “Sí, ha estado muy bien, pero no quiero hacerte daño, mejor no me llames. Adiós”. Al siguiente sábado de Carnaval, se miran desde lejos, ya en otras compañías y otras máscaras. Ya no son los mismos. Alcanzaron su éxtasis, y ambos se preguntan por qué no perdura. Quién lo sabe. Ya no sabemos si esta experiencia fue un espejismo provocado por los mojitos. Si ellas están tristes, divorciadas del amor o hastiadas de sexo exprés. O si ellos se sienten cansados, amedrentados o hastiados de ese sexo exprés. O si, por el contrario, ambos están encantadísimos por una seductora, sexy y sensual en noche de Carnaval. Cuando comenzaron los carnavales, se trataba de reivindicar la libertad del pueblo, ante una fiesta pagana que permitía expresar pasiones ocultas y fustigar con murgas represiones políticas. Actualmente, las murgas, rondallas y comparsas perduran; las músicas alegres a son de disfraces propicios, y los amores perdidos se reencuentran. Las pasiones incipientes pueden quedar culminadas en un sexo poderoso o marchitas en un sexo exprés. Depende del disfraz que cada uno utilice. Hasta me comentaba un taxista que los adolescentes venden pastillas anticonceptivas como éxtasis en Carnaval para autofinanciarse la fiesta. Pueden sucederse vivencias tanto en sentido exprés, mediocre, o con color de Carnaval. Pasiones son pasiones.