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Toros ¿y pan? > Luis Alemany

La reivindicación de la tauromaquia por parte del incipiente gobierno PPatriótico resulta sumamente significativa de la PProfunda ascentralidad del inamovible PPensamiento (?) de una eterna extrema derecha hispana, prácticamente incólume desde los tiempos de Don Pelayo: no se trata tan sólo -al menos eso piensa uno- de echarle un desafiante pulso a la civilizada restricción que a ese respecto llevó a cabo el anterior gobierno socialista, cuestionando el bestial salvajismo de la vergonzosamente llamada “fiesta nacional”, porque -sigue pensando uno- si la administración de Rodríguez Zapatero la hubiese promocionado, Rajoy se hubiera apresurado a denostarla; sino (lo que nos llevaría -siempre en mi opinión- mucho más lejos) a regodearse en hozar en las más profundas esencias de la inmortal España de charanga y pandereta, tan escépticamente glosada por Antonio Machado. Tal vez resultaría un tanto -¿quizás un mucho?- demagógico identificar la afición a las corridas de toros con la ideología (o lo que sea: vaya usted a saber) de la extrema derecha: Ignacio Sánchez Mejías, que murió en el ruedo -según García Lorca- a las cinco “en punto” de la tarde (debió ser un poco más tarde, porque a esa hora apenas comienzan las corridas) era un intelectual democrático, que escribió una valiosa comedia injustamente olvidada; de la misma manera que Julio Cortázar, fue un contradictorio defensor de los derechos civiles (incomprensiblemente partidario de la dictadura cubana), al mismo tiempo que un acérrimo aficionado al bestial deporte (así -al menos- lo llaman) del boxeo; de similar manera que son muchos los sacerdotes católicos que predican la castidad desde el púlpito y practican otros hábitos, cuando se los quitan. En cualquiera de los casos, esta PProclama taurófila se inscribe en la inequívoca tradición secular carpetovetónica, que ha transitado infatigablemente el solar ibérico, aunando -de manera solidariamente complementaria- el aperitivo de vermú de garrafón, la misa de doce y las procesiones de Semana Santa; de tal manera que no parece casual que esta reivindicación gubernamental de la fiesta brava coincida con otra que le otorgará a la Iglesia Católica la restricción educativa: hace exactamente dos siglos, Fernando VII (posiblemente el más execrable de los monarcas españoles: tiene mérito) coincidió a este respecto con Mariano Rajoy cerrando las universidades y abriendo una escuela de tauromaquia: tal vez sea cierto que la Historia se repite.