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Vecindad > Juan Carlos Acosta

Si tenemos en cuenta que las compañías se eligen pero a los vecinos, difícilmente, el diálogo emerge entonces como el vehículo más útil para alcanzar una convivencia aceptable. En esa aspiración de concordia no valen los enroques, los autismos ni las fugas, porque no está en nuestras manos cambiar de compañeros de viaje, sobre todo cuando es la geografía la que nos obliga a ser cómplices de lo que ocurre en nuestro entorno. Lejos de incidir en nuestra insólita lejanía mental de los territorios cercanos y obviando que nuestras orientaciones no casan con nuestras coordenadas, sí que me pregunto cuánto tiempo más podremos seguir ignorando lo próximo que estamos de África y de su lógica evolución en los años venideros, para bien o para mal. Un caso totalmente ineludible e inmediato es el de Marruecos, un país que se encuentra a menos de 100 kilómetros de nuestras costas y que crece en torno a un 5% de su PIB, es miembro de la Organización Mundial del Comercio, posee un estatuto avanzado como socio de la Unión Europea y forma parte del eje atlántico que EE.UU. intenta tejer para equilibrar el peso progresivo de China en el continente de aquí al lado. Cierto que en contra de ese más que recomendable acercamiento estratégico a las autoridades de Rabat prima el enquistado conflicto saharaui, que siempre nos ha tocado el corazón, pero que, muy lejos de resolverse, tras más de 35 años de tiras y encojes, con el concurso de la ONU y la aparente claudicación de Occidente, se va a eternizar con nuestro empeño o sin él; aunque también pesan en la balanza nuestro desinterés secular por lo que ocurre allí, si no fuera porque puede representar una amenaza remota, amplificada por agoreras premoniciones, a nuestra seguridad como autonomía española de ultramar. La pregunta en este punto es si conocemos suficientemente a nuestro vecino, sus costumbres, los atractivos de sus culturas, sus ciudades, sus riquezas y potencialidades; porque a renglón seguido obtendríamos la respuesta a la otra cuestión subyacente que salta automáticamente ante nuestras expectativas de paz y prosperidad: ¿Estamos preparados para interactuar por una cohabitación organizada en el porvenir que nos espera? Pues bien, ahora surge por el camino la eventualidad del hallazgo de bolsas de petróleo o gas bajo nuestras aguas compartidas, un accidente que forzosamente nos implica más con ese compañero de mesa que sí ha tomado ya la delantera en las prospecciones a tan solo 50 kilómetros de distancia de Canarias, frente a la localidad marroquí de Tarfaya. ¿Será posible que pretendamos frenar la legítima aspiración de un estado a tirar de la fuente de recursos energéticos más valorada en el mundo, como ya hicimos ante el anuncio de hace una década de la construcción de una central nuclear en Tan Tan? La respuesta, por derecho, le demos las vueltas que queramos, es contundentemente negativa, porque no estamos en disposición de forzar nada en ese sentido. Y es que, en última instancia, solo podemos velar por nuestra estabilidad a través del acercamiento y la comunicación con el fin de estar prevenidos y poner en juego así todos los elementos de concertación a nuestro alcance. Tenemos que conseguir ante cualquier escenario un puente de entendimiento sólido, siempre disponible y perdurable, para lo cual es beneficioso conocer cada día mejor a quien está llamado a compartir por muchos años esta parte del mantel y, por qué no, de un pastel que podría despejar muchas incógnitas de futuro para las Islas.