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Viaje al Congo > Juan Carlos Acosta

Acabo de concluir la lectura de un libro icono de los cuadernos de viajes y plantilla de muchos aventureros y periodistas que transitan hoy por territorios africanos. Viaje al Congo fue escrito por el premio Nobel de Literatura André Guide a raíz de una expedición que realizó por varios países en 1925, enviado por el Ministerio de las Colonias de Francia para supervisar el funcionamiento de sus posesiones.

Su itinerario realmente admirable, debido a las condiciones a las que tuvo que someterse a lo largo de un año de múltiples peripecias, a través del Chad, Camerún, lo que es hoy la República Centroafricana y la actual República Democrática del Congo, arroja planos muy llamativos de una África sometida a una metrópoli exigente, ignorante y explotadora, en cuyo código no se hallaba ninguna consideración resaltable de respeto de los derechos humanos. Fue precisamente Guide quién conmovió a sus paisanos cuando publicó su notas, conformadas en forma de diario, en este compendio editorial que pronto cumplirá un siglo, con sus referencias a los abusos y el desapego de las autoridades destacadas por París para administrar sus colonias y sus industrias del caucho.

La larga excursión del escritor, con los medios rudimentarios propios de principios de la centuria pasada y las no pocas dificultades que se fue encontrando por los caminos, ora a pie, ora en desvencijados coches, cuando no transportado, muy a su pesar, por porteadores a través de los barrizales o tupidas selvas, ilumina un pasado en la que los negros eran utilizados como bestias de carga, mano de obra gratis o a cambio de una alimentación miserable, más para preservar sus fuerzas productivas que por compasión; una población nativa sacada de sus chozas y aldeas a la fuerza para trabajar para el hombre blanco durante meses hasta que caían extenuados o eran desechados por el agotamiento.

Además, su periplo narrativo está lleno de referencias de naturalista, al estilo romántico de la época, con dibujos de plantas y un afán por el coleccionismo de mariposas e insectos raros, que va dando paso gradualmente a observaciones cada vez más afiladas respecto al ser humano, a la esclavitud y a la ética de la dominación, a su paso por las poblaciones, definidas en un trayecto del que destaca la diversidad de costumbres, desarrollos y características étnicas, junto a su permanente estupor por el embrutecimiento de los administradores franceses.

Una de las primeras diferencias a las que tuvo que adaptarse el autor fue al factor tiempo, es decir, a la ausencia de imperativos de puntualidad y urgencias de las idiosincrasias locales, un concepto que todavía hoy sorprende al viajero occidental. La supeditación al ritmo y a las esencias de la naturaleza parecen ser antes y ahora el santo y seña de unas civilizaciones que se resisten a entrar en nuestra mecánica dislocada del progreso, por más que les empujemos con sanciones, zanahorias y entelequias que solo el capitalismo comprende.

En cualquier caso, este viaje al Congo sí que transporta a un mundo muy cercano, lleno de reseñas humanitarias, pero con la sensación incómoda de reparar a estas alturas en lo poco que hemos avanzado en la noción de África, aunque admito desconocer si eso se debe al atraso impertérrito de estos cientos de millones de personas que habitan el continente vecino o al desinterés visceral que mostramos los occidentales por unas comunidades que, visto lo visto, no terminan de emerger.