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Romper con la tradición… para reinventarla

Francisco García, conocido como 'Paco Playita', agradece que el restaurante La Playita quede en buenas manos tras su jubilación. / SERGIO MÉNDEZ

ÁNGELES RIOBO | Santa Cruz de Tenerife

Francisco García, Paco Playita para quienes lo conocen, continúa bajando cada día a su restaurante a pesar de haberse jubilado hace un mes. Sentado en una de las mesas de su local, cuenta que lo más duro de la jubilación es el cambio de rutina. Por eso, aún sin despertador, continúa levantándose cada día a las seis y media de la mañana, como llevaba haciendo durante el último medio siglo, para -una hora más tarde- acudir al Mercado en busca de la mejor mercancía que ofrecer a los fieles clientes de su restaurante, La Playita, ubicado en la carretera de San Andrés.

Precisamente, dos de esos clientes decidieron hacerse cargo del negocio que este veterano empresario iba a cerrar, cansado por el peso de sus 70 años y por tantas décadas de esfuerzo. Ninguno de sus dos hijos quería continuar con la sacrificada actividad hostelera y, por tanto, se vio abocado cerrarlo, creyendo que, por la actual situación de crisis económica, ningún valiente se haría cargo de La Playita a través de un traspaso. Pero nada más lejos de la realidad. Al enterarse de la noticia, dos de sus clientes más fieles decidieron encargarse del negocio. Es el caso de Martín Rivero, conocido promotor cultural, y de su amigo, Antonio Vizcaya. Ambos regentan ahora La Playita, donde ya han iniciado algunas de las numerosas modificaciones previstas.

Música y artesanía

“Queremos que La Playita aúne gastronomía, música y artesanía de las Islas, pues todas ellas son manifestaciones culturales”, apuntó Martín Rivero, quien destacó a continuación que todo ello será efectuado sin que el establecimiento, que ya ha dejado de ser una tradición familiar, pierda ni un ápice de su magia y tradición. Tanto es así que los nuevos propietarios han querido mantener los servicios de quien lleva más de veinte años tras los fogones, Candelaria Pérez, así como los de Isabel Hernández, quien aglutina un decenio sirviendo las mesas de los comensales de La Playita cada día.

Durante los largos sesenta años que lleva en pie, el restaurante ha sufrido diferentes embestidas, algunas atmosféricas y otras muy humanas, que “han afectado al establecimiento pero que no han podido con él”, según relata su ya expropietario.

Sortear las crisis

En este punto, Paco alude a la riada del año 2002 que obligó al cierre del local durante un mes, por quedarse con la mercancía estropeada, el local inundado y sin suministro eléctrico.

En el año 2005, los daños producidos por la tormenta tropical Delta forzaron un nuevo cierre temporal del establecimiento de comidas.

Pero uno de los capítulos más dolorosos para él ocurrió dos años más tarde. Una gran roca se desprendió de la ladera y casi llegó a la carretera.

Por este motivo, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le obligó a costear una malla en la ladera para reforzar el talud de detrás de su establecimiento.

El restaurante estuvo nada menos que seis meses cerrado “Fue un año muy duro. Tuve que pedir un préstamo al banco para poder afrontar el gasto de la malla y las pérdidas por tantos meses de cierre. Menos mal que al final lo puse a cinco años y no a tres, porque justo un año después, empezó la crisis económica”, relata Paco.

La nueva propiedad mantiene en plantilla a Candelaria e Isabel. / SERGIO MÉNDEZ

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Más de 60 años de pescadito fresco en la capital

El restaurante La Playita es uno de los más conocidos y queridos de Santa Cruz. Gracias a este traspaso su pulpo frito, sus calamares a la romana y su pescadito fresco continuarán haciendo las delicias de varias generaciones de clientes, como lo ha hecho en los últimos 60 años.

La Playita ha sido testigo de los acontecimientos más importantes de la capital tinerfeña. Paco García, su ya expropietario relata que allá por los años 60 sus padres se hicieron cargo de la que llamaron casa merendero La Playita. Entonces se ubicaba en la parte baja de María Jiménez, en la zona conocida como El Bufadero.

Luego, con las expropiaciones para construir el astillero, tuvieron que desplazarse como el resto de los numerosos vecinos que residían en el pueblo pesquero, a la parte alta de la carretera, donde se encuentra actualmente, desde 1965. Paco Playita recuerda con orgullo que sus padres fueron los últimos en abandonar el lugar.

Desde que tenía 10 años, Francisco García ya trabajaba en el negocio familiar. “Yo iba a la escuela sólo por las mañanas, porque por las tardes tenía que ayudar a mis padres en el restaurante”, afirma la misma fuente. A pesar de tener cuatro hermanos, él fue quien se quedó al frente del restaurante que, hace un mes traspasó a dos de sus clientes, con la seguridad de que queda en “las mejores manos”.

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