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Patriotismo de chancleta > Francisco Pomares

Mientras aquí seguimos instalados en un debate de vísceras por un lado y de mentiras por otro, sobre los peligros y riquezas del petróleo, esta región se queda cada día más seca y privada de sus recursos, ante la desidia e inacción de quienes deberían evitarlo. La desaparición por absorción de las dos cajas canarias, integradas ambas, cada una por su lado y como meras actrices de reparto, puras comparsas, en los dos mayores conglomerados financieros surgidos del proceso de concentración de las cajas españolas, se cierra sobre sí misma, desvelándonos uno de los episodios más chuscos y miserables de la historia del moderno patriotismo de folía en que anda instalado este Archipiélago. A nuestros nacionalistas de andar por casa, tan preocupados por las siete estrellas, los ninguneos de la metrópoli y el timple, la pandereta y el ordeño de la cabra, se les ha escapado -como si no fuera con ellos- el hecho dramático de que los ahorros de decenas de miles de canarios han pasado a manos catalanas y madrileñas, sin merecer un mero titular por boca de prócer, o una llamada a la reacción.

Las cajas de Canarias fueron siempre competencia del Ejecutivo regional, aunque se notara tan poco, y a los políticos de la abundancia se les llenara la boca hablando de la necesidad de mantener la independencia de sus dirigentes, muchas veces amigos más o menos dependientes, perfectamente colocados en el entorno adecuado para conseguir préstamos y canonjías. Durante los años de la bonanza, la única preocupación del poder en Canarias fue evitar que las cajas de Tenerife y Gran Canaria llegaran a entenderse. Había que evitar a toda costa que los capitales corrieran el peligro de caer en manos del enemigo de la isla de enfrente. Cuando ya estaba en curso la absorción por las grandes, el Gobierno se sacó de la manga una ley de cajas que fue como legislar ahora sobre la cochinilla o la caña de azúcar, ocuparse de una actividad que ya estaba extinta.

En menos de un año, Canarias ha pasado de tener una banca propia que movía casi la mitad de los recursos económicos de las Islas a no tener absolutamente nada, ni siquiera la garantía de que se mantendrán los puestos de trabajo del sector en las Islas, ahora que -es el signo de los tiempos- La Caixa tendrá que optar entre cerrar parte de las antiguas oficinas de CajaCanarias o cerrar las propias. En fin, así se escribe la historia de nuestro patriotismo de chancleta.