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Dulce amenaza > Alfonso González Jerez

En el fiero y singular combate entre Repsol, apoyada por el Gobierno central con José Manuel Soria como aceitoso escudero y el Gobierno de Canarias, que busca fórmulas jurídicas para evitar ser ignorado a la hora de autorizar -y eventualmente beneficiarse- de las prospecciones petrolíferas, uno no puede menos que solidarizarse con el más chiquito de los contendientes, entre otras razones, porque tiene la razón y corre el riesgo evidente de quedarse solo con la razón y dos piedras. Ocurre, sin embargo, que las promesas de enriquecimiento y bienestar que genera el petróleo, el anzuelo de una prosperidad instantánea al alcance de la mano, ese sueño grotesco de unas Canarias saudíes bendecidas de nuevo por la Madre Naturaleza, son potencialmente muy peligrosos. El petróleo nubla las mentes y carcome una sociedad desde dentro. El petróleo tiene siempre dueño y nosotros, los isleños, en ningún caso seremos dueños del petróleo. El petróleo es perfectamente capaz de corromper (aun más) una sociedad e idiotizarla sin remedio durante generaciones: alimenta y engorda clientelas, corifeos, sicofantes, maletines de piel de elefante, artistas de la picaresca e imbéciles sobrevenidos. El petróleo, como el mar que lo cubre, hay que tratarlo con desconfianza y a la vez con respeto.

Se recuerda -desde los despachos del Gobierno de Canarias- el ejemplo de Noruega, pero en el infernal universo de la explotación petrolera, por cada Noruega se registran diez venezuelas. Si Noruega cuenta con un Estado de Bienestar sólido -aunque su modelo de relaciones laborales espantaría a más de un socialdemócrata español- no es merced a sus explotaciones petroleras, sino en virtud de un sistema político e institucional, y un tejido empresarial y productivo, que ha sabido domesticar inteligentemente a la fiera oleaginosa, y cuyo consenso básico es anterior al descubrimiento de sus reservas submarinas. En Canarias no tenemos apenas nada del capital político y social de los noruegos, y parece mentira que Francisca Luengo (por ejemplo) no lo sepa o simule no saberlo. En realidad es para erizarse y no parar imaginar tres, cuatro o cinco mil millones de euros anuales durante los próximos veinte años en manos de nuestra oligarquía política y nuestra rampante plutocracia: sin entrar en mayores y más sórdidos detalles, es de temer que esta fugaz abundancia de recursos se transformara en una nueva y maravillosa excusa para que Canarias no se reinvente como proyecto político y no encuentre un lugar habitable y perdurable en la división internacional del trabajo de una economía globalizada. Un lugar basado en el trabajo, en la sociedad de la información, en una formación académica y profesional avanzada, en unas empresas creativas y competitivas, en unos servicios sociales y asistenciales sostenibles.