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El estado de la cosa > Francisco Pomares

Al final, solo era cuestión de cuartos: el presidente Rivero dijo ayer que Canarias es la región peor financiada de España: el sistema (un sistema que él firmó) resta a las Islas 600 millones al año y no cumple con el REF. Eso es lo malo, pero -a pesar de eso-, el Gobierno que Rivero preside ha logrado cumplir (casi cumplir, sería más correcto decir, ejem) con los objetivos de déficit, estar entre las tres regiones menos endeudadas de España y ser además uno de los territorios donde más se creció económicamente en el año 2011. Eso sería lo bueno.

El discurso de Rivero es el de un político que siempre ha insistido en que él gobierna para las personas, aunque a las personas no sé si les alegra mucho o poco que hayamos crecido más que los demás, cuando el paro se situó en Canarias en el mes de febrero en casi el 31 por ciento de la población activa (el dato más alto del país), o cuando a día de hoy uno de cada tres ciudadanos está en situación de pobreza, siendo Canarias la región española donde las diferencias sociales son más acusadas.

Desde que es presidente, Rivero parece darle mucha más importancia que antes a los datos y las estadísticas. No digo yo que las estadísticas no sean útiles y valiosas, pero a veces falsean absolutamente la realidad. Una persona puede comerse hoy un pollo y la otra pasar hambre, y las estadística dirán que el consumo de esas dos personas será de medio pollo per cápita. El problema en Canarias es que no sabemos muy bien dónde están yendo a parar las gallinas del crecimiento ese del que Rivero está tan orgulloso, ni quién se las come, porque la impresión general es que el éxito del turismo -la consejería mimada de Rivero, él mismo se ocupa de ella- no llega a los ciudadanos. No se reparte. Los 11.000 millones de crecimiento del gasto turístico en 2011, de los que el presidente presumió en su discurso con el orgullo de un padre arrebolado ante el éxito escolar de su hijo, no han cambiado la gravísima situación económica y social de las Islas. Cuando manifiesta su satisfacción por los datos macroeconómicos, Rivero parece creer que la Presidencia es una suerte de examen, una oposición que hay que superar, y en la que la nota la pone Bruselas y no los ciudadanos cuando votan.

Por lo demás, el discurso se redujo a lo de siempre: pedir consenso al Estado en la financiación autonómica, la Ley del REF, el estatus en la UE y el reparto de competencias. Eso con la boca chica. Con la grande, se trata de echar palabras como si fuera petróleo en la hoguera del conflicto. Ese es el verdadero estado de la cosa.