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El protagonista > Alfonso González Jerez

Para entender mejor lo que nos espera en manos de la ortodoxia presupuestaria de don Mariano Rajoy, mejor consulten ustedes al carnicero de su barrio, busquen en los anuncios de palabras las ofertas de pompas fúnebres o intente comprender el corazón de los asesinos en serie. Hoy no quiero dedicarme a esculpir lápidas funerarias, sino a consignar un descubrimiento simbólico de primer orden. La vida política y parlamentaria de Canarias naufraga hace años en una insignificancia que contrasta vertiginosamente con la gravedad de una crisis económica estructural que amenaza con llevarnos a todos por delante. En medio de tan feroz atonía carecíamos de cualquier signo que fuera capaz de concentrar, en una metáfora monda y lironda, pero mínimanente eficaz, toda la inmensa, trapisondista y supurante mediocridad que nos asfixia. No sé cómo nos habíamos reparado que la metáfora está ahí porque brilla con todo el esplendor de una luciérnaga excepcionalmente vulgar en la noche oscura de los gatos pardos, titilando como el astro que ilumina la descacharrante miseria de nuestro corral político. El protagonista de estos años aciagos no es ni un presidente del Gobierno ni un ministro de Industria, Turismo y Energía. El protagonista es don Ignacio González Santiago.

Quedó claro en su penúltimo incidente parlamentario. González Santiago entendió que un diputado socialista lo llamaba idiota, sin duda por economía de lenguaje, y como el presidente accidental de la Cámara no le concedió turno de réplica, el líder del Centro Canario de Nacho, entre dramáticos aspavientos, abandonó el salón de plenos dando un portazo, que es el comportamiento habitual de las peores porteras. Por supuesto, no fue suficiente. González Santiago enfiló en un pasillo al diputado socialista y le reclamó, entre grandes voces, que retirara su intolerable insulto, y siguió toqueteándolo durante varios metros, y terminaron en el desangelado jardincillo de la fachada de la sede parlamentaria sin dejar de achuchar a ese atrevido lenguaraz. En este comportamiento apabullante y malcriado no está sintetizado únicamente el propio Ignacio González, y sus pompas y sus obras, sino toda la política de un establishment ocupado básicamente en autorreproducirse hasta el infinito y más allá. El tacticismo bellaco, la ignorancia supina y sin embargo orgullosa de su propia estupidez, la descalificación inmediata y sistemática del adversario intercambiable, la praxis buhonera y fulanística elevada a suprema estrategia política nimbada de patriotismo, la desvergüenza transformada en la más tosca artesanía, el acendrado sentido de la impunidad más desfachatada, la sustitución de la mentira por el procedimiento de colocar otra encima, como quien se pone sucesivos calzoncillos cagados. Y la vulgaridad, sobre todo, la vulgaridad. La vulgaridad cachanchana como sinónimo de humanidad cálida, inmediata, natural. La vulgaridad de dar portazos porque crees que la puerta es tuya.