(Des) trozos > Luis Padilla

El silencio como (muy preocupante) síntoma > Luis Padilla

La afición del Club Deportivo Tenerife optó el miércoles por el silencio y la resignación tras la humillante derrota ante el San Sebastián de los Reyes. Es posible que, desde el palco, los dirigentes hayan agradecido en ese momento la pasividad de los seguidores blanquiazules. Aunque esa respuesta de los espectadores, si no la peor, sí que es la más preocupante.

SIN SENTIMIENTO. El fútbol es un juego que debería generar sentimientos. De pasión por un equipo, de entusiasmo frente una acción brillante, de repulsa ante una injusticia, de felicidad tras un éxito, de tristeza en la derrota, de asombro, de nostalgia, de ilusión, de admiración y, si quieren, hasta de asco hacia unos miserables disfrazados de periodistas que lo utilizan para lanzar odio a discreción en un intento de enfangar la convivencia y convertir el país en un lodazal. A cualquier aficionado, el fútbol le debería genera sentimientos. Y a cualquier aficionado a un equipo de fútbol, un partido de su equipo le debería generar muchísimos sentimientos. Entre todos ellos, el único que no cabe es la indiferencia. El pasado miércoles, durante el interminable cuarto de hora final del Tenerife-Sanse, la sensación que transmitieron nueve mil fieles blanquiazules fue algo muy cercano a la indiferencia. Y por eso, si yo fuera dirigente de ese club, más que aliviado estaría preocupado. Muy preocupado.

SIN FÚTBOL (NI FE).
Además, si fuera dirigente del Tenerife, no sólo estaría preocupado por lo ocurrido en la grada [pasividad no es falta de fidelidad: más de nueve mil espectadores en un horario complicado de un día laborable], sino también por lo sucedido en el césped. Porque esta vez el Tenerife no sólo mostró una alarmante carencia de ideas -tanto en el campo como en el banquillo- para superar un marcador adverso, sino que también exhibió una desconocida ausencia de fe. Ni una muestra de raza, ni un gesto de rebeldía, ni un gramo de corazón, ni una señal de inconformismo… Nada de nada. Ni siquiera una patada intempestiva, una protesta vehemente al árbitro, una persecución imposible de un balón, un mínimo indicio de convicción que sirviera para transmitir a la grada que había fe en la remontada. De hecho, una frivolidad de Aragoneses, al tirarle un sombrero fuera del área a un rival, fue lo único que sacó a los espectadores de su letargo. Antes y después sólo hubo resignación y silencio.

PD: al Tenerife de García Tébar nunca le ha sobrado fútbol. Ha mostrado algunas virtudes, pero la mayoría de ellas han estado siempre más cercanas a la intensidad competitiva del equipo que a la estética, más próximas al aprovechamiento agónico de intangibles extradeportivos que al buen juego, más ligadas a la eficacia especulativa que a la diversión. El miércoles no ofreció ninguno de esos argumentos. Y si este Tenerife pierde esa capacidad para sacar petróleo de un erial se queda en nada. En nada.