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Glaciación > Alfonso González Jerez

La glaciación avanza desde nuestras propias entrañas. Las pequeñas y grandes bestias del pasado, ¿sabrían que estaban viviendo una glaciación? ¿Lo intuían vagamente como la gente que corretea ahora por las calles con gesto ceñudo y ligeramente encogida, porque llevan el puñal del paro clavado en la espalda o la amenaza del despido en los pies en carne viva? Lo dudo. Los expertos en demoscopia aseguran que hoy, a principios de marzo, los ciudadanos, las bestias ateridas, seguirían otorgándole a la glaciación mayoría absoluta. En Andalucía están dispuestos, al parecer, a apostar localmente por la glaciación porque a grandes males, grandes y refrescantes remedios. Claro que la mayoría de los andaluces no votarán a favor de la congelación, sino en contra de treinta años con los mismos señores abriendo y cerrando la nevera a su antojo, y con cierta frecuencia, aprovechando para dejarla vacía y perfumada de huevos podridos o pescado pasado.

En la burbuja de las redes sociales, en las centrales sindicales, en las organizaciones y movimientos ciudadanos se respira un ambiente cabreado y propicio a la protesta y movilización. Pero fuera, como es característico en una glaciación, hace mucho frío y la gente todavía elude la calle. Ni digo que no vaya a cambiar. Cambiará a buen seguro porque la situación se agravará en los próximos meses gracias a la combinación letal entre la recientemente aprobada reforma laboral y los feroces recortes presupuestarios que exigen los compromisos fiscales del Estado español con la Unión Europea. ¿Treinta mil millones de euros suprimidos en nueve meses? ¿Seiscientos millones menos para las arcas públicas canarias, es decir, alrededor de un 10% del presupuesto autonómico? Una amputación de estas dimensiones no permite distinguir operativamente entre lo cuantitativo y lo cualitativo en la racionalización del gasto público: los sistemas públicos educativos y sanitarios, ya renqueantes, se verán mortalmente heridos. No hay sistema económico que soporte semejante sangría y resulta pasmoso que se admita esta catástrofe inducida como un deber ineludible. Cuando este país aprenda a vivir sin comer descubrirá que se ha muerto de hambre. Las protestas sociales son ahora mismo marginales pero aumentarán con el paso de los meses, el incremento del desempleo y el estrangulamiento de los servicios públicos. Es más dudoso, sin embargo, que el Gobierno conservador muestre ninguna sensibilidad política al respecto: los infelices o turiferarios que lo jalean para que no cedan, y si es necesario aumenten la presión policial sobre las huelgas, manifestaciones y sentadas, ejecutan una danza ritual perfectamente prescindible. No cederán. Al contrario: terminarán mostrando una mayor impermeabilidad y dureza. La bipolaridad entre una mayoría social silenciosa (que les vota y les seguiría votando) y una minoría que critica, protesta y se moviliza beneficia ahora mismo al Gobierno y al PP. La temperatura seguirá bajando y los que se quejen por el frío serán responsables de las neumonías y sabañones de todos.