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Haciendo surcos > Wladimiro Rodríguez Brito

Nos encontramos en una situación crítica: paro, empobrecimiento económico, marginación social, y lo que es peor, falta de perspectivas futuras que nos den esperanza y empuje. Pero estamos en la obligación de buscar alternativas económicas y sociales. Los problemas actuales no los resolvemos con lamentos.

El sector servicios ha tocado techo; no puede ser la solución única para los problemas de dos millones de canarios. No se pueden prestar paisaje y calidad a doce millones de visitantes; las Islas demandan campesinos que hagan de jardineros y que tengan un gran soporte de conocimientos empíricos del medio. No es menos importante la estabilidad social y ambiental que nos ofrecería un mundo rural habitado y cultivado; el campo puede ser bastante más que los fríos datos que nos dan las estadísticas y el PIB.

El mundo rural puede ofrecer un espacio tanto en el mercado laboral como en la menor dependencia de los vaivenes de la economía mundial. La agricultura y la ganadería pueden generar un número importante de puestos de trabajo, ya que no solo tenemos una crisis profunda con suelos abandonados, en los que la erosión y la maleza provocan perjuicios adicionales. Hay una falta de relevo generacional, con el campo en manos de pensionistas por el alejamiento que ha tenido el mundo rural hacia nuestros jóvenes, y que el campo ha sido maltratado tanto en el plano social como en el económico.

El mundo rural es además una garantía ambiental, sobre todo en las zonas boscosas, ante el riesgo de incendios; la agricultura y la ganadería fijan población en el interior de las Islas, evitando las grandes concentraciones que ha potenciado el espejismo urbano de los últimos años.

Es el momento de capitalizar el campo con inversiones económicas y con aportes humanos, con un cambio de mentalidad hacia lo rural: en la cultura, los medios de comunicación, la escuela, los centros formativos, la universidad, las leyes ambientales, etcétera.

¿Qué podemos hacer? Escuela, rentas, agua, suelo, etcétera. La escuela y la cultura dominantes, unidas a la pérdida de la vida familiar en la formación de los jóvenes, han roto la principal fuente de información y de formación de campesinos; la cultura de la globalización y los medios informáticos han puesto el resto, sembrando esto que ahora llamamos “modernidad”, “progreso”, que nos ha separado de nuestra tierra y las condiciones que aquí imperan.

No tiene salida el modelo actual que hace que islas con más recursos de agua, La Gomera y La Palma, pierdan población en los municipios rurales, o que en Tenerife y Fuerteventura apenas reutilicemos el 20% de las aguas de uso urbano, o que las escuelas de formación profesional agrarias apenas tengan unas docenas de jóvenes. Apenas tenemos centros de formación agraria y los que tenemos están alejados de la realidad del campo.

El agua y la tierra se han dedicado para urbanizar, de tal manera que más del 50% del agua que se produce en Canarias la consumimos en las zonas urbanas y turísticas; de los más de doscientos millones de metros cúbicos de aguas residuales sólo tratamos unos ciento veinte millones y sólo reutilizamos menos de cuarenta millones en áreas recreativas, campos de golf y agricultura, perdiendo un valioso recurso. Y no hablemos de los problemas ambientales por los vertidos en las costas de aguas urbanas sin depurar.

La agricultura y la ganadería de las Islas han sufrido mucho en una sociedad en la que monetarizamos todo. Durante los años de bonanza en la construcción y los servicios, corría el dinero y los importadores traían del exterior montañas de alimentos (hasta 250 litros de leche, 40 kilos de papas y 20 kilos de pollo por habitante y año en Canarias), muchos de ellos a precios de saldo aquí. La referencia alimentaria son ahora los supermercados con comida importada de cualquier sitio del planeta, desde Nueva Zelanda hasta Chile, mientras que aquí las frutas se pierden en los árboles y no somos capaces de valorar lo nuestro más allá de su precio en la estantería del supermercado.

Querido lector, los surcos son posibles y necesarios en un modelo que corrija, que siembre campos y optimismo, y en el que miremos hacia el interior de los territorios insulares, con otros ojos, optimizando recursos y mentalidades. Hagamos surcos no sólo esperando la necesaria lluvia, sino para sembrar semillas con ilusión de un modelo más sostenible en lo ambiental y en lo social; que la crisis y los tiempos nos hagan más respetuosos con el campo, los campesinos y la naturaleza.

Wladimiro Rodríguez Brito es Profesor de Geografía en la Universidad de La Laguna