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Huelga>Miguel L. Tejera Jordán

Huelga decir que la semana pasada se produjo un encuentro que seguro no pasó desapercibido a los ciudadanos que son buenos observadores de la situación política por la que atraviesa este país.

Me refiero al almuerzo que el Rey mantuvo con los principales empresarios españoles, a quienes apremió a “arrimar el hombro” para salir de esta crisis. Quiero decir que el Rey no invitó a los empresarios a echar una manita, sino que les conminó, simple y llanamente, a hacer algo que el monarca dio por hecho que no estaban haciendo: fomentar el empleo. No sé si me explico: cuando un jefe de estado se reúne con lo más granado de la fortaleza económica de una nación -no para degustar la tierna carne del faisán- sino para pedirles que “arrimen el hombro”, está claro que el monarca no les está suplicando que se mojen por la recuperación económica española, sino que les está recriminando que no hayan hecho lo que se supone que debería hacer todo buen empresario: generar riqueza y, con ella, crear puestos de trabajo. Lo que significa que el Rey piensa que los grandes empresarios españoles se muestran más bien indolentes ante la crisis, dejando que la paguen otros, los trabajadores, por ejemplo, hasta que el gobierno de turno apriete las tuercas de tal manera, del lado del trabajo, que ya no queden derechos para quien lo hace, sino una situación de explotación laboral, rayana en alguna forma de esclavización en pleno siglo XXI, y de privilegio en favor de los empleadores. Huelga decir que esta crisis económica está sirviendo, paradójicamente, para sanear a una banca manirrota, verdadera culpable de esta debacle, por más que esté saliendo airosa del trance, a costa precisamente de los trabajadores. Y de una buena parte de empresarios, pequeños y medianos, a quienes ha privado de crédito cuando más lo necesitan para poner a flote sus maltrechas empresas. De tal manera que la banca -patronal como ninguna otra en cuanto a avaricia se refiere- resulta que está saliendo magníficamente bien parada de una crisis que ella misma generó, a costa de negar créditos al consumo, e hipotecarios, a los trabajadores. Y créditos a la financiación de pequeñas y medianas empresas, que no podrán sanearse hasta que la propia banca lo haya hecho primero, faltaría más, que para ello son quienes venden el dinero, y no ladrillos ni coches, por ejemplo.

Huelga decir que el ministro del Interior ha propuesto elevar el límite de velocidad en las autovías y autopistas, no solo para que se mate más gente en los accidentes y así pagar menos pensiones; o para que se contamine más, pisando a fondo los aceleradores. Y se solivianten los ambientalistas, así como para que importemos más petróleo. No porque sea caro. Sino, principalmente, porque quiere recaudar más dinero por la vía de los impuestos que gravan los carburantes (que ya se sabe que son los que realmente encarecen el combustible, más que la materia prima en sí misma). Y a recaudar toca. Como también pasa con las multas. Que son muchos los gastos y pocos los ingresos para mantener abiertos palacios y prebendas.

Huelga decir que esta huelga no servirá para nada y que mañana seremos aún más pobres, si cabe. Aquí, en España, la única huelga que puede sacarnos de esta postración política, económica y social, no puede ser otra que una huelga general de papeletas caídas, o de papeletas en blanco. La jornada electoral que se cierre con un aluvión de votos en blanco, será la única que pondrá fin a esta terrible corrupción que se ha adueñado de los despachos. Y que anida debajo de sus alfombras.