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Los bonitos paneles de colores que adornan el puente Zurita, en Santa Cruz, han sido concienzudamente destrozados por alguien a quien llamaremos cafre, por no emplear más gruesos vocablos que pondrían en duda la honorabilidad de la persona que lo trajo al mundo.

Me encantaría preguntarle a ese cafre qué satisfacción obtuvo mediante la destrucción de mobiliario público, si se siente más orgulloso de sí mismo, o si cree justo que un operario del Ayuntamiento, en reciprocidad, acuda a su domicilio y le reviente las ventanas.

No logro comprender la falta de civismo. No ya por que resulta cara (cada contenedor quemado le sale al Consistorio por 1.600 euros, a cuántas familias se podría echar una buena mano con lo que gastamos al año en reponer contenedores), sino por antiestética, y porque pone de mal humor. Estás buscando una papelera, y las dos primeras que encuentras están boca abajo, o medio descolgadas. Intentas descansar en un banco, pero está sucio de cáscaras de pipa o le falta un listón.

Intentas disfrutar de tu ciudad, pero tres pasos delante de ti un tipo pasea a su perro y le permite dejar su regalo en mitad de la acera.

Además, qué ironía, luego resulta que esos mismos que rompen papeleras o ensucian, son los primeros a los que escuchas quejándose de lo mal que está todo, de lo que tardas en el centro médico, de lo mal que funcionan las guaguas, etc.
Amigo incívico, haznos un favor. Si no te vas a comportar, que lo dudo, al menos cállate la boca.