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José Manuel Maza > Luis Ortega

Frente al criterio absolutorio de sus seis colegas el magistrado de este nombre formuló un voto particular que sostiene que Baltasar Garzón, “con pleno conocimiento de la contradicción de sus resoluciones con las leyes españoles incoó un procedimiento penal inviable y lo instrumentalizó al servicio de sus propias intenciones subjetivas”, y expresó, además, su preocupación porque este precedente habilite a otros jueces para aplicar el principio de que “el fin justifica los medios”. Este pronunciamiento meticulosamente razonado abona las críticas de las asociaciones de víctimas del franquismo, de la izquierda política y de numerosos intelectuales y artistas que valoraron la absolución como un parche ante la inhabilitación de los últimos días por las escuchas del caso Gürtel. No deja de ser un parche alambicado que, según Cayo Lara, le da al procedimiento “carácter de venganza”, la redacción de la sentencia que considera que su decisión de declararse competente para investigar los crímenes de la dictadura, “aunque errónea no es prevaricadora y le reprocha el cuestionamiento de la legitimidad de la transición española” y, aún más, hace un guiño tardío a los perjudicados, tras permitir la instrucción del ya famoso juez Varela, cuando manifiesta: “La búsqueda de la verdad es una pretensión tan legítima como necesaria, aunque no forme parte del proceso penal”. En fin, nuestra cuestionada administración de justicia es noticia una vez más pero, ahora, ante la amenaza de una lluvia de críticas, tanto internas como externas, ha hilado fino y, sin entrar en harina, desautoriza paternalmente al imputado pero no encuentra razones para la condena y la penitencia. El justiciero Varela había pedido veinte años de inhabilitación, pero la presa era seguida desde tres puestos y abatida en el primero -en medio de una ruidosa protesta de los medios extranjeros- la máxima instancia judicial se permite la magnanimidad -léase como se quiera- de la prescripción (en el caso de los cursos en el extranjero) y el perdón por los errores bien intencionados -así debemos entender su pronunciamiento- de intentar reparar la barbarie de los muertos sin sepultura. Sin romper lanzas de empatía por Garzón, ni por sus aspavientos profesionales, temblamos ante las piñas corporativas que compensan las pequeñas y grandes diferencias personales, con la incondicional afiliación al sostenella y no enmendalla, que proclaman desde una independencia difícilmente comprensible para el común de los mortales.