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Lecciones de marzo > Francisco Pomares

Andalucía ha vuelto a escapársele al PP, esta vez por los pelos. Los resultados de las elecciones generales apuntan que el PSOE ha logrado aguantar la debacle en el peor de los momentos, arrinconado por los escándalos de corrupción, con el partido completamente dividido, y el candidato Griñán jugando su propio juego y enfrentado a la dirección federal. Aun así, el PSOE mejoró sus resultados en relación con las elecciones generales, evitando el desplome. Mientras, el PP perdía más de cuatrocientos mil votos, demostrando una vez más que en España la única encuesta que tiene valor es la que se hace en las urnas. Unas urnas que ayer dejaron claro que el voto de izquierdas sigue siendo mayoritario en Andalucía.

Lo de Asturias es harina de otro costal: también es mayoría allí el voto de la izquierda, pero no su representación política. En Asturias el PP es la tercera fuerza parlamentaria, pero sólo como resultado del problema de amistades indispuestas que tienen los conservadores en el Principado, enfrentados irreconciliablemente a ese señor tan singular que es Álvarez Cascos, exministro y amiguísimo de Aznar, y hoy bestia negra de Rajoy. Alguien al que el PP tendrá que ofrecerle de nuevo la presidencia, si quiere evitar que el PSOE gobierne.

Para Rajoy, silencioso y perdido en el laberinto sin salida de los problemas económicos del país, los resultados de Andalucía y Asturias debieran ser un recordatorio de que la realidad tiene muchos perfiles. Además, los resultados cierran con fanfarria y pitos los primeros cien días de inmunidad de su gobierno. El mensaje es claro: se acabó la ilusión de hegemonía política que dejaron las elecciones generales. Gobernar no va a ser ya un paseo militar de la mayoría, un dedicarse únicamente a la crisis y las bolsas. Si quiere mantener la iniciativa, Rajoy tiene que empezar a escuchar lo que ocurre en la calle y darse cuenta de que este país no empieza y acaba en Madrid y provincias aledañas. Tendrá Rajoy que mirar hacia Cataluña, donde la tensión independentista empieza a contagiar sin remedio a Convergencia i Unió, sus socios más probables para aplicar políticas conservadoras para frenar la crisis. Tendrá que asumir que hay que gobernar desde la lealtad con tres gobiernos regionales que no van a bailarle el agua. Uno de ellos en Canarias. Y afrontar la huelga general de este jueves sabiendo que no escuchar el discurso de la calle puede llevar al país a la movilización constante, el peor de los escenarios para atender la crisis.