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Motivar versus diezmar > Enrique Areilza

Sabemos, desde principios del siglo XX, que existe un factor crítico de la producción denominado motivación. Gráficamente viene a ser tocar la tecla correcta en el momento correcto. O de otra forma, dar el helado del sabor adecuado a cada individuo. Las personas motivadas rinden más, tienen menor absentismo, generan buen clima laboral dentro y fuera de su círculo. Es decir, la panacea. La motivación, depende directamente de la habilidad del motivador e inversamente proporcional a las dificultades existentes. Además, siempre hay alguno al que no le gusta el helado, de ningún sabor. En ese caso con tiempo y habilidad podrá el mando encontrar su golosina. Otras veces no tendrá tiempo o recursos para ello.

Esta semana tuvimos un debate en una empresa cliente, que trataba sobre la conveniencia o no de obligar a las personas. Nos apoyaremos en un símil escuela / universidad / empresa. La mayoría de las funciones llevan aparejada una relación causa-efecto entre el nivel de desempeño y los conocimientos adquiridos. Por ello en la escuela / universidad / empresa es crítico motivar al aprendizaje. Pero no todos están dispuestos a ello. Evidentemente a mejor profesor / jefe,mayor número de motivados a aprender. Siempre es mejor seducir hacia la acción que imponerla. Pero las dificultades exógenas, las personalidades del equipo o la incapacidad del profesor / mando, a menudo imposibilitan esa seducción. ¿Qué hacemos entonces? Y aquí aparece el dilema de nuestro debate. Obligar o no a los inaplicados. Argumentos en ambos sentidos. Nosotros nos inclinamos por la obligación que evite la necesidad de diezmar. Nos explicamos. Ciertamente obligar a alguien a hacer algo que no quiere genera en la persona rechazo, incomodidad e incluso violencia. Sin embargo no hacerlo conllevará un desempeño mediocre en el futuro cercano. Ese menor éxito generará frustración en el individuo. Hasta aquí el efecto individual. No es el único ni el peor. Lo dramático es lo que puede ocurrir en el equipo. Volvamos al colegio. Cuando un profesor tolerante permite que un pequeño núcleo de rebenques campe a sus anchas, está condenando al conjunto del grupo a reducir su nivel de competitividad. Los malos se juntan, hacen lobby y van atrayendo poco a poco a los débiles. Con el tiempo corrompen a gran parte del equipo y lastran al grupo entero. Desaparece entonces el orgullo de pertenencia y la satisfacción por el éxito de todos los integrantes buenos. Al final no quedará más remedio que diezmar el grupo, en el mejor de los casos acertando a extirpar a los elementos más contaminantes, pero no siempre. Igual ocurría en las legiones romanas.

Diezmar puede ser necesario o imprescindible. Necesario es cuando se detecta el problema y podemos ver con claridad que nuestro equipo desciende inexorablemente. Imprescindible si no hay más remedio, por amenaza de quiebra.

Por desgracia no abundan mandos como Ron Clark, el maestro de Harlem que inspiro la película. pocos cómo él son capaces de motivar en el más difícil de los ambientes. Los finlandeses lo entendieron bien, necesitaban mejores maestros para subir su nivel educativo. Ya sabemos nuestra triste situación en ese campo tras el demoledor informe PISA de hace algunas semanas. Sin lugar a dudas es más complaciente dirigir utilizando la motivación positiva, pero ello no debe impedir la obligación en el cumplimiento de las tareas.

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