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Ruidos> Alfonso González Jerez

El Parlamento de Canarias continúa sin publicar en su web los sueldos de los diputados. Hace algunos meses su presidente, Antonio Castro Cordobez, anunció que en muy poco tiempo cualquiera podría consultar las retribuciones de los diputados en la red. La tardanza ha sembrado algunas reacciones curiosas y quizás significativas, tanto en la prensa de papel como en blogs y foros de internet. Los extremeños se tocan, como apuntó Pedro Muñoz Seca, porque tanto desde la derecha de las rotativas como desde la izquierda de la gofiosfera se observa el mismo dictado derogatorio.

Los diputados (por supuesto) son unos sinvergüenzas y deben ganar tanta pastan que se sienten obligados a ocultarlo. Las recientes declaraciones del vicepresidente de la Mesa de la Cámara, Manuel Fernández, abonan desgraciadamente esta confusión deliberada o simplemente estúpida. El señor Fernández, en su vena improvisadora habitual, que es una vena a la que suele hinchar un clasismo indisimulable e incapaz de distinguir quien es el que manda y quien es el mandado, ha llegado a decir que algunos diputados temen ser agredidos si se conocieran sus retribuciones salariales. Lo que faltaba.

El sueldo de los diputados y la cuantía de sus complementos y dietas son perfectamente conocidos y conocibles. Basta con echar un vistazo al Boletín Oficial de Canarias o estar atento a las crónicas informativas de los periódicos de la región. No es un maligno arcano secreto que se oculte vilmente a los ojos de los sufridos ciudadanos. El sueldo de los diputados canarios es de unos 58.000 euros anuales repartidos en trece pagas. Salen a unos 3.300 euros líquidos mensuales aproximadamente. Se les abonan sus traslados para asistencia a plenos y comisiones y cuentan con una dieta suficiente, pero modesta para almorzar, cenar y en su caso pernoctar en Santa Cruz de Tenerife: entre 60 y 200 euros en razón de su isla de procedencia. Hace dos años los diputados se redujeron un 10% sus retribuciones. Alrededor de todo esto (y de los artilugios telefónicos e informáticos que recibe cada diputado e incluso, si se quiere, del café y los bocadillos que se sirven gratis en una pecadora salita) puede montarse un ruido magnífico, desde luego. Un ruido miserablemente demagógico, por supuesto.

El mismo ruido que se escuchó en Europa en los años veinte y treinta, en alemán, en italiano y en español, pero también en otros idiomas que aprendieron a desfilar al paso de la oca. En las cloacas de la política abundan los abusos, las tropelías, las corrupciones y las corruptelas y la democracia representativa no sobrevivirá sin ajustarle las cuentas, por cierto. Pero fulminar la legitimidad del sistema porque los diputados cobren sueldo y dietas no es una lucha democrática, sino una forma de estupidez con reminiscencias facistoides.