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Usted no es alérgico a la penicilina, ¿o sí?

El equipo de Alergología del Hospital del Tórax, que firma este trabajo de investigación. / SERGIO MÉNDEZ

VERÓNICA MARTÍN | Santa Cruz de Tenerife

Los antibióticos fueron el gran logro de la aplicación científica a la medicina hace ya muchas décadas. El descubrimiento de la penicilina salvó a millones de personas se morir por una infección bacteriana simple. Con los años, esa bendición se ha convertido en un problema pues el mal uso de los mismos ha generado resistencias de las bacterias a estos fármacos.

Además, el grupo de Alergias del Hospital del Tórax, dependiente del Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria, ha descubierto un problema añadido a este. “Solo un siete por ciento de las personas que cree que es alérgica a las penicilinas, lo son. El otro 93% han estado mal diagnosticada”. Así lo explica el doctor Víctor Matheu que trabaja bajo la coordinación de Inmaculada Sánchez Machín. Este equipo ha colaborado con la Unidad de Investigación de La Candelaria para estudiar más de 2.000 historias clínicas de los últimos diez años de pacientes, en teoría, alérgicos a los llamados derivados betalactámicos -es decir penicilinas- porque sospechaban que el diagnóstico de alérgico no estaba bien realizado. El estudio llegó a esa conclusión vital para los médicos intensivistas que, en gran ocasión, acuden a otros tratamientos alternativos al creer a su paciente alérgico.

Además, la investigación marca que “las penicilinas siguen siendo los antibióticos que más reacciones inmediatas producen pero no tanto como la gente cree. De hecho, solo un 7% de pacientes estudiados son alérgicos a estos productos”.

Pero ¿por qué se ha producido este exceso de diagnóstico? La respuesta es sencilla: simplemente, a estas personas no se les realizaba una prueba real de alergia. Sus médicos marcaban que eran alérgicos porque los pacientes informaban de alguna reacción en el tiempo que estaba tomando el fármaco e, inmediatamente, se consideraba esa reacción adversa como una alergia. Esto ha provocado que miles de personas aseguraban ser alérgicas cuando, en realidad, no lo eran. Las consecuencias a esto han sido tanto médicas como sanitarias y económicas. Médicas porque se ha eliminado de la batería de soluciones a cualquier infección las penicilinas, que son los fármacos más eficaces en ciertas patologías como la sífilis o la neumonía neumocócica.

El problema económico viene dado porque los antibióticos alternativos a la penicilina son mucho más caros y se han estado utilizando sin motivo. Desde una perspectiva sanitaria y de salud pública esto ha hecho, también, que haya más antibióticos circulando y se ha potenciado una mayor variedad de resistencias. La solución a esto la proponen los cinco alergólogos que firman el trabajo y es que ante una sospecha de alergia, se realicen las pruebas correspondientes, algo que a corto plazo puede ser más caro que un diagnóstico de sospecha pero que, a largo plazo, resulta altamente beneficioso, a tenor de los resultados de esta investigación.

El alergólogo Víctor Matheu explica que “lo normal es que cuando hay una sospecha de que alguien es alérgico a un medicamento, se realicen varias pruebas en la piel” y especifica que “se sabe que determinadas partes de la molécula producen más alerginicidad. Si se tiene el mastocito (es decir, la célula de la alergia que está en la piel y en el sistema respiratorio), y éste presenta receptores específicos y reconoce algo a lo que es alérgico, este mastocito se desgranula y se produce una roncha en el sitio donde inoculas el agente.

Los mastocitos actúan como antenas receptoras de la alergia. Si no se tiene, no se genera roncha y se concluye que no se es alérgico al producto”.

Este equipo propone que se cambien los protocolos de actuación y que pacientes y sanitarios no se queden solo con una opinión verbal.