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Vuelve el hombre

REBECA DÍAZ-BERNARDO | Santa Cruz

Mi amigo Goyo, que no en-cuentra pareja ni a patadas, hace unos días nos comentaba que a sus cuarenta y pico años no está por la labor de tener que estar cambiando su aspecto cada vez que una nueva moda publicitaria varía el arquetipo masculino supuestamente predominante y objeto de deseo femenino, porque, dice Goyo, las mujeres en los últimos veinticinco años hemos pasado por desear a un bailón de discoteca repeinado y con hombreras, luego el macho con la barba a medio afeitar con pinta de rudo, luego el tipo depilado y que se cuida y escoge con esmero hasta los calzoncillos, ahora una media vuelta al tío que aparenta estar despreocupado de su aspecto físico pero que en realidad se tira horas encremándose para disimular las ojeras de una marcha trasnochada…

Y lo que nosotras le decimos es que del mismo modo que las personas cambian, también cambian sus gustos e inclinaciones, porque a casi todas las chicas en su infancia al prototipo de hombre que adoran es el de su padre, está más que estudiado y leído y hablado y escrito que todas padecemos una especie de Síndrome de Electra en nuestros primeros años y que todas queremos matar a mamá y casarnos con papá cuando crezcamos, y luego, a cierta edad e imagino que por eso de la rebeldía, nos gustan los chicos malos, esos que fuman en los recreos del instituto y conducen una moto destartalada sin carné, llevan chupa de cuero o el equivalente actual que estoy desfasada y no sé qué visten los adolescentes revirados, ese prototipo que ya James Dean inmortalizara hace más de cincuenta años y que se materializa en un proyecto de hombre sin formar aún, con respuestas de presidiario de película y mirada de niño desvalido… En esta fase juegan un papel muy importante los padres de la muchacha en cuestión, porque basta que le prohíban andar con semejante tipo para que la niña no solo se escape con él cada finde sino que además termine vistiendo y comportándose igual que él, por lo que según los psicólogos clínicos lo mejor es no darle la importancia que le daríamos a una relación así entre personas adultas, simplemente controlar el tema de la sexualidad responsable y que la cría estudie y saque más o menos buenas notas y dejar que el tiempo ponga todo en su sitio…

Porque pronto vendrán los locos veinte años y la época del modelazo de disco pub que te decía antes, ese que viste a la última moda, se cuida, incluso maneja pasta porque tal vez ya tiene un primer trabajo y se ha podido pagar el carné de conducir y la ropa y calzado que usa, sacadas de un catálogo al que da su imagen el jugador de fútbol del momento. Honestamente, a este arquetipo de proyecto de hombre no sabría muy bien cómo denominarle o qué cara ponerle porque es una mezcla del Tom Cruise de Risky Business y Cristiano Ronaldo, un chico guapo y de dentadura perfecta, bastante despreocupado por el futuro y que vive el día a día como si acabara de salir de una terapia Biogestalt… Que para preocuparse del futuro ya nos llegará la treintena y el penúltimo tipo de hombre, al que a mí personalmente me encanta darle el rostro de Colin Firth, el chico que se gana el corazón de Bridget Jones después de mucho descalabro, porque este es el hombre que te inspira confianza, seguridad, planes de familia (hipoteca, seguro de vida, adosado, perro de lanas, etc.) y en el que te apoyas para sentirte plena y bla, bla, bla… Hasta que un buen día te llega El Momento, con mayúsculas, de encontrarte con El Hombre, con mayúsculas, el que en un solo cuerpo y persona encarna lo mejor de cada uno de los anteriores; ese insolente e igualmente inteligente doctor House que te hace reír y después querer matarle por borde, ese algo atormentado Rodrigo Pérez de Ayala (de la serie Toledo) con más pinta de duro que un pan de ayer, casi sin pelo, pero con una mirada y una pedazo de voz que te dejan temblando y con ganas de volver a la Castilla medieval, ese premiado Santos Trinidad que por mucho que se empeñe Santiago Segura nos da muchísimo más morbo que Torrente y por goleada porque no hay color ni comparación, seamos sinceras, incluso ese Bardem que últimamente está hasta en la sopa y que en su primera juventud era más feo que pegarle a un padre y que ahora se ha convertido en un cuarentón majísimo y muy, muy atractivo, responsable, amante, marido y padre, etc. Y es que a muchas nos gustan estos hombres porque representan un prototipo masculino de macho, maduro, cariñoso, inteligente y sereno (bueno, lo de Santos Trinidad es por lo guapo que está Coronado hasta de malote, que conste), porque todos ellos proyectan una imagen de señores que ya no es que apoyen a las señoras que tienen a su lado sino que además les dan alas y las empujan a ser ellas mismas, no les preocupa sentirse eclipsados por ellas ni se les pasa por la cabeza tenerlas encerradas en casa esperando una llamada, ni les quita el sueño que venga un guaperas a quitarles el puesto porque saben que eso no va a suceder, y es que muchas señoras a cierta edad lo que quieren es dejarse de chorradas y sentirse mujeres plenamente y que quien esté a su lado sea un hombre que sobrepase los arquetipos y se sienta hombre plenamente.