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Desprecio > Alfonso González Jerez

En el epílogo a una de sus obras más admirables, Posguerra, el historiador Tony Judt recuerda un chiste que fue muy popular en la Hungría tras la ocupación soviética de 1956. Un oyente llama a una emisora de radio y pregunta si el futuro es preocupante. Y desde la emisora le contestan de inmediato: “¿El futuro? No, el futuro no nos preocupa, está controlado. De lo que no estamos nada seguros es del pasado”. Justamente. El futuro siempre es controlable desde el poder: basta con la planificación de una retórica esperanzada y con la prolongación incesante de la propaganda sobre el presente. El pasado, en cambio, suele ser un testigo incómodo más difícil de despachar impunemente. La mejor técnica para desembarazarse del pasado es someterlo a la asepsia: despojarlo de cualquier significado crítico, descontextualizarlo, vaciarlo funcionalmente de sentido.

Hace poco tiempo el Ayuntamiento de Arona decidió bautizar una plaza con el nombre de Luis Diego Cuscoy, el fundador de la arqueología canaria y una de las figuras intelectuales isleñas más prominentes del siglo XX, tal y como atestigua la espléndida edición de sus obras completas a cargo de los profesores Miguel Ángel Clavijo y Juan Francisco Navarro. El alcalde aronero, José Alberto González Reverón, que tiene su segunda residencia en los juzgados por múltiples y pestilentes asuntos, farfulló en su insuperable estilo -cruce pedáneo entre castrati y Cantinflas- algunas palabras laudatorias que evidenciaban su más perfecto desconocimiento de la vida y obra de Cuscoy, y después de esbozar sonrisas y estrechar manos, se perdió en la lontananza entre fotógrafos, asesores y policías. Tenía prisa. González Reverón siempre tiene prisa en su demencial huida hacia delante, asfaltada con mentiras, cinismo y gangocherías. En cambio, su equipo de gobierno no demostró prisa alguna en evitar la demolición de lo que fue la Escuela Mixta de Cabo Llanos, donde Luis Diego Cuscoy ejerció el magisterio durante los primeros años de la II República y escribió un hermoso libro testimonial, Entre pastores y ángeles. Varios vecinos habían reclamado que se abriera un expediente para declarar el inmueble bien de interés cultural, pero solo obtuvieron el silencio por respuesta. Ahora mismo en el solar de la antigua escuela solo se amontonan escombros y basura.

Ponerle una plaza a Luis Diego Cuscoy sí, por supuesto. Es una decisión que solo tendrá consecuencias postales. Salvaguardar un patrimonio que ayude activamente a comprender su labor, su compromiso y su lucidez, en cambio, ya resulta un exceso peligroso. González Reverón y su equipo quizás no se distingan por una gestión decente ni por su inteligencia política, pero saben muy bien lo que hacen y son rigurosamente fieles a sí mismos: a su mediocridad buhonera, a su ignorancia satisfecha, a su cominero desprecio a todo lo anterior a su llegada al Olimpo.