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Antonio Mingote> Luis Ortega

En su vertiginosa ascensión al cielo de los genios, Mingote se pasó sin cumplir el control aduanero, puro formulismo y cortesía que ese Dios, más bueno que justo, cumple con excelsa exactitud. Así lo reflejó con su rotundo y radiante su talento, alguien tan poco sospechoso como Antonio Fraguas. Tenemos que atribuir a Forges ciertas condiciones de adivinación porque, con las cenizas calientes y la memoria encendida -que, entre los innumerables necrologistas sinceros, aprovechados y medio pensionistas, rescató para tan triste ocasión, al gran Máximo ausente hace tiempo del papel impreso- ya se abrió la disputa por la proximidad ideológica, e incluso afectuosa, del prestigioso ausente que, desde 1946, estrenó su ingenio humorístico en La Codorniz, fichado por Alvaro de Laiglesia. Desde el 19 de junio de 1953 -le faltó un trimestre para cumplir las seis décadas- publicó un chiste en el diario de los Luca de Tena, monárquicos hasta el tuétano y con connivencias y críticas tasadas con el régimen dominante. Desde su ética conservadora, puso en solfa a la sociedad española, incluso a los sectores que compartían sus posiciones, a la aristocracia de cuello duro y bacinilla y a la picaresca de la supervivencia cuando la Villa y Corte olía a repollo y vino barato. Fue, sin duda, el maestro de los dibujantes de la prensa escrita, con una voluntad de estilo que, sin renuncia a su carácter, evolucionó con un país que tras un largo tránsito caqui se transformó en una monarquía que, además de cordial y conciliadora, repartía títulos entre una nueva nobleza a la que se accedía por ganar un mundial o regalarnos a diario una sonrisa. Marqués de Daroca por gracia de S. M. escribió novelas y guiones de televisión, fue tertuliano -cuando aún el género servía para algo- y ahora los grupos económicos que, con el arma de los medios, se disputan el norte de la derecha triunfante juegan a ver quien le quiso más, quien respetó más su independencia, quien ofendió menos su pensamiento. La polémica entre La Razón y ABC – esto es: entre Planeta y Vocento- a propósito de un supuesto cambio de trabajo del artista, se nos antoja como un chiste póstumo y de mal gusto sobre el maestro y con personajes deleznables que, en este bochornoso episodio, se atreven a hablar de amistad. Esa es la razón del raudo vuelo de un nonagenario activo, tan astutamente captado por Forges, y que Goya, de haber estado, lo hubiera resuelto a garrotazos porque el incidente no puede ser más ordinario, ni se puede tratar de modo tan cutre al elegante académico que jugaba al mus.