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Cuando Standard & Poors (S&P) rebajó la calidad crediticia de España, apareció el titular, pero no el problema.

En una versión posterior publicada de preguntas y respuestas S&P es más específico y entra en detalle tocando temas que nos recuerdan lo cansinamente dicho otrora en esta misma columna.

Ellos refieren a que no se ataca el problema de fondo, las grandes diferencias en competitividad entre los distintos países de la zona euro. Nosotros lo que decimos -e insistimos- es que el gran problema de fondo tiene que ver con la pérdida de capital juvenil en España.

La juventud es el futuro de un país. Canarias, aunque más joven que el resto, también sufre incluso con más intensidad el problema.

Cuando una sociedad que se jacta de ser una de las doce economías más desarrolladas del mundo, un destino turístico líder tiene una tasa de paro juvenil del 50% las medidas tomadas parecen como si un individuo perdiera tejido neuronal mientras se le hace un operación de hígado sin que nadie se percate de revisar las prioridades.

No solo se comienza a perder juventud extranjera por retorno a sus países de origen sino que locales de veinticinco años universitarios (y los no universitarios también) abandonan el barco, todo esto en un país donde no hay suficiente nacimientos que reemplacen a los que fallecen; o séase: no solo hay contracción sino además extinción.

Es este y no otro el principal reto. Se descapitaliza. La causas son muchas y variadas. Por ejemplo, un mercado laboral con una legislación favorecedora de los más viejos en perjuicio de los más jóvenes.

Recordamos al economista Samuelson diciendo en una entrevista que una de las principales injusticias en sociedades como la nuestra es la desigualdad generacional. Padres dicen a sus hijos no sin razón que emigren porque aquí no hay nada que buscar. Los jóvenes que no les apetece irse deben soportar sueldos que ya no son ni siquiera mileuristas y lo que es peor abandonar esperanza de hacer carrera.

Para una plaza pública ofertada en la península leímos que asistieron dos mil personas a pelear por el puesto.

En una economía que se contrae y una población ídem, los puestos ocupados por los más viejos se eternizan y taponan la entrada de nuevas ideas en las mismas administraciones públicas.

¿Qué puede esperarse de una economía que termina siendo un país de viejos?

¿Qué puede esperarse en veinte años de una región que ha visto emigrar a casi todo su talento porque la esperanza de reemplazar a los viejos o provocar cambios es desoladoramente lejana?

¿Qué es una sociedad sin su juventud?

Esto, hoy, no es un país para jóvenes. Será, si no lo remediamos: una Carca-Cracia.

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