retiro lo escrito >

Conocimiento inductivo > Alfonso González Jerez

Bertrand Rusell -que se las arregló para vivir hasta los 98 años y fallecer mientras dormía, después de tomarse sus dos whiskies vespertinos- quiso expresar las dificultades del conociendo inductivo -¿cómo pasar lógicamente de los casos específicos a las conclusiones generales?, ¿cómo saber lo que sabemos?- con la historia de un pavo. Al pavo le dan de comer puntualmente todos los días, sin excepción. Cada vez que le damos de comer el pavo confirma que la regla general de la vida consiste en que a uno le alimentan todos los días unas entidades bípedas muy altas y carentes de plumas, dedicadas escrupulosamente a satisfacer su apetito. Así sucede cada mañana, nada más salir el sol, y el pavo acude y toma su alimento. Pero la tarde del miércoles anterior al día de Acción de Gracias, al pavo le ocurrirá algo inesperado. Algo que conllevará “una revisión de su creencia”. Una revisión, en fin, sumamente fugaz y sobre todo inútil.

Este país se ha convertido en una gigantesca granja de pavos que corretean despavoridos al descubrir que las reglas que sustentaban sus creencias han desaparecido. Justa o injustamente. La mayor parte de los análisis que se le pueden escuchar a los pavos, mientras desde la cocina comienzan a fluir los olores de la ensalada y el caldo, son básicamente disparatados. Los genera el miedo pero también, muy particularmente, las viejas costumbres que sustentaban las creencias. Se detecta en toda la granja un auténtico fervor por mantener las creencias a costa de una realidad tan ingrata. La creencia de los tiempos duros que templará los cuerpos y espíritus en la llama del sacrificio y elegirá a los mejores. La creencia en la bondad irrestricta de los mercados -los pavos no suelen visitar los mercados vivos y no saben de lo que hablan-. La creencia en que si los pavos elegidos democráticamente cedieran la mitad del grano que devoran con tanto egoísmo nadie se acercaría con un cuchillo afilado y fatal. La creencia en que declarando la independencia de la granja como entidad política soberana todo se disolverá como un mal sueño. Una de las más prósperas creencias es la creencia en la conspiración: en realidad todo es una conjura organizada por los pavos más gordos que manejan como marionetas a los bípedos sin plumas y han inventado el Día de Acción de Gracias (¿) para propiciar un sacrificio indescriptible y quedarse con el grano. Una creencia cada vez más débil, pero en absoluto desaparecida, consiste en que habría que votar por los pavos de cresta roja en vez de los pavos de cresta azulada y la cosa quedaría arreglada, o quizás sea al revés. También goza de favor la creencia en que los pavos deben movilizarse y que con una buena sentada en medio de la granja, digamos entre el tractor y el mercedes, esto se solucionaba rápidamente.

El conocimiento inductivo en la granja es pululante, incesante, ensordecedor y fantástico y se intensifica a medida que se acerca la hora de almorzar.