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Cuando un amigo se va, por José Antonio Felipe

Era el 24 de enero de 2003. Salió del vestuario del Príncipe Felipe con tono triste, parecía hasta que hubiera llorado. El Tenerife había ganado, pero el CAI se había quedado con solo cuatro jugadores de campo y tuvo que jugar con un lesionado sin haberse retirado el pantalón de chándal. El equipo ganó por cinco puntos, él había fallado algún lanzamiento lejano y la bronca de Paco García había sido de campeonato. Se acercó a mí y me dio algo que sacó de su mochila. Era la camiseta del Estudiantes con el número 7, la que había vestido en su época en el club del Ramiro, un buen amigo había intercedido para que me la diera y se acordó.

Este trabajo te da momentos maravillosos. Uno de ellos es la posibilidad de conocer a gente como Nacho Yáñez. En mi mente se agolpan muchísimos recuerdos en un día triste porque todo adiós, aunque como el que nos ocupa sea por decisión propia, nunca gusta. Recuerdo un partidazo en Lugo en ACB, sus marcajes con Anagnostou, el día que secó a Bodiroga, la serie de triples para doblegar al Cáceres, la Copa del Príncipe con el Canarias, esa manera de no dejar de sonreír sobre la pista…Y recuerdo una conversación el pasado verano: “No quiero engañar a nadie. Si no estoy bien no renovaré”, advirtió. Aguantó un año, trampeó a las lesiones y se desmarcó del cansancio con la misma soltura que lo hizo en el último tramo de esta temporada para acribillar desde lejos y ser decisivo para que la Isla vuelva a ser de ACB como ya había hecho hace una década. Ayer demostró que él nunca engaña a nadie.

A lo largo de todos estos años trabajando en los medios no he conocido a nadie más profesional que él. Yáñez ha vivido por y para el baloncesto casi sin darse cuenta, porque como él mismo ha reconocido, hace doce años, cuando decidió firmar por la Universidad Complutense, estaba decidido a dejar este deporte. Luego, paradojas del destino, ha llegado donde pocos.

Ha demostrado que no se tiene que tener un físico espectacular, ni ser egoísta, ni hace falta hacer ruido para poder llegar a generar un grado de admiración como él ha sabido hacer. Seguirá en el Canarias porque un club no podría permitirse perder un capital humano como el del alero que un día, al salir de un vestuario, se acercó y alargó su brazo para darme la camiseta azul y me ganó para siempre por su talante, por su disposición en todo momento, por su enorme respeto y educación.

Esa camiseta va para Jaime, prometido, nadie mejor que él para tenerla. No será para que lo recuerde como jugador profesional, porque, gracias a todo lo hecho, sobrarán personas para decirle que su padre lo fue y de los muy buenos. Eso sí, no tanto como en lo personal. Ahí es el mejor.