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Cuenta atrás > Alfonso González Jerez

Con las medidas aprobadas por el Gobierno autonómico el pasado sábado -y que, debe recordarse, solo forman parte de un primer paquete de iniciativas sadomasoquistas- comienza la cuenta atrás para el impacto de las cuentas públicas en la economía real del Archipiélago. Una vez aprobados los presupuestos generales del Estado a buen seguro seguirán otros reajustes matarifes que no se limitarán a los recortes salariales de los funcionarios y las subidas tributarias con las que nos obsequió el Ejecutivo regional hace tres días. Estas últimas recogen una previsión de ingresos bastante optimista: 250 millones de euros en apenas ocho meses. Los más optimistas señalan que si se logran alcanzar los 150 millones de euros de recaudación la Consejería de Economía y Hacienda puede darse por muy satisfecha. Simplemente la economía isleña no da más de sí.

Esta chifladura la pagaremos todos muy cara, pero sobre todo desollará las expectativas de nuestros hijos y quizás de nuestros nietos. Estamos abocados sin remedio a una economía estancada que debilitará o exterminará todos nuestros frentes productivos -con una excepción parcial en el turismo- y que condenará a una pauperización acelerada a las clases medias y alimentará bolsas cada vez más amplias de marginación y exclusión social. Esta metodología demencial de enfrentarse a una depresión económica y a una crisis social todavía larvada pero que no tardará en estallar -la austeridad presupuestaria como bálsamo de Fierabrás y única estrategia contra la crisis- nos lleva a una espiral disparatada: a menor inversión pública y menor consumo mayor aumento del paro y más abundantes cierre empresariales, lo que significa una recaudación fiscal en caída libre y vuelta a empezar en el tablero maldito diseñado por Bruselas, Berlín y el Banco Central Europeo. Agotados todos los símiles y metáforas nos encaminamos a un desastre progresivamente caótico de imposible gestión política y a la volatización de cualquier proyecto de futuro: si se encierra a la sociedad civil en un sarcófago cerrado a fuego pedirle luego dinamismo, voluntad de superación o esfuerzos de innovación resulta un chiste macabro. Este desplome, aunque las élites políticas que gobiernan España y Canarias no terminen de asumirlo, terminará dislocando todo el ecosistema político nacional y regional. Dicho sintéticamente: la catástrofe actual que engendra con sus detritus la venidera, la profundización de la crisis estructural que ahora vivimos y que, entre otras evidencias, ha dejado patente el fracaso de nuestra arquitectura político-institucional, tendrá consecuencias políticas graves. Ni entre el PP y el PSOE, ni entre Coalición Canaria y los partidos de ámbito estatal, ni entre la derecha de la gaviota ni la izquierda revolucionaria, ni entre el regionalismo y el independentismo encuentra la mayoría social un referente verosímil mientras el agua sucia le llega ya a los orejas.

Cuando Chesterton afirmaba que “lo malo de no creer en Dios es que se pasa a creer en cualquier cosa” no tenía razón ni ética ni teológicamente. Pero políticamente sí. Se admiten apuestas para averiguar cuál será el rostro de la desesperación.