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Detrás del viaje> Francisco Pomares

La extraña visita cursada por el presidente Rivero a Marruecos, coincidiendo con el momento álgido en las protestas de Canarias por las prospecciones petrolíferas, ha provocado ya las primeras reacciones: hasta UPyD, el partido de Rosa Díez, ha reclamado al Gobierno de Mariano Rajoy que “llame al orden” al presidente del Gobierno de Canarias por su encuentro con Mohamed VI. UPyD ha pedido a Rajoy “una reacción firme”· ante el viaje de Rivero, recordando que la Constitución Española “reserva al Gobierno de la Nación la competencia exclusiva en el ámbito de las relaciones internacionales”. También ha criticado el hecho de que Rivero se refiriera a El Aaiún como una de las ciudades marroquíes con las que establecer nuevas rutas aéreas, dado que Marruecos no ostenta soberanía sobre el antiguo Sáhara español, que mantiene ocupado. UPyD ha recordado que el encuentro de Rivero con Mohamed VI se produce poco después de que el Gobierno y el Parlamento de Canarias recibieran oficialmente al Frente Polisario. Para UPyD, Rivero juega a dos bandas sin ningún pudor, mientras el Gobierno se queda de brazos cruzados ante una auténtica “usurpación de sus responsabilidades exteriores”.

La reacción es lógica: no es que Rivero no pueda visitar Marruecos oficialmente y ser recibido por el monarca alauita. Lo que no puede es acordar con él cuestiones que son competencia del Estado, como la creación de una inopinada comisión canario-marroquí.
Hace unos pocos meses, habría pensado que la decisión de Rivero es fruto de la ignorancia, del supino desconocimiento de las limitaciones competenciales que tiene como presidente del Gobierno de una autonomía, desconocimiento que ya ha demostrado en otras ocasiones. Pero hoy me inclino más a creer que todo este asunto es una provocación. Rivero juega al órdago interrelacionando tres asuntos: el primero, la coincidencia de intereses de Marruecos y Rivero en relación con las prospecciones petrolíferas: Rivero no quiere prospecciones en Canarias, y Marruecos tampoco. La segunda, la pésima relación del PP con la administración marroquí, que no ha olvidado aún la perejilada de Aznar. Y la tercera, la que está en la base de todo este lío, es la guerra política que Rivero quiere seguir profundizando entre Canarias y Madrid, porque es la única fórmula de darle aire a un Gobierno -el suyo- asfixiado por la crisis y los recortes. Rivero ha filtrado del viaje y la entrevista lo que él ha querido, y lo ha hecho para provocar la reacción que sabe que va a producirse. En esta ocasión no actúa por ignorancia, sino para profundizar el conflicto con Madrid. Se trata de una estrategia osada y muy peligrosa, en la línea que ya anunció en campaña: convertir Canarias es un problema de Estado.