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El amor engorda

POR REBECA DÍAZ-BERNARDO

Justo en pleno inicio de la operación bikini anual, nos han aterrorizado con la noticia de que el hecho de tener pareja estable nos hace subir hasta siete kilos de peso, ahí es nada, como si lo de tener pareja estable no fuera ya misión imposible en según qué circunstancias, ahora resulta que encima, ¡engorda!

El estudio de una universidad Australiana se refiere a parejas que conviven bajo el mismo techo, y dice que cuando comenzamos una convivencia cambiamos nuestros hábitos alimenticios y nuestras rutinas de vida anteriores a compartir la almohada, y yo siempre me he preguntado por qué tira más lo chungo que lo bueno. Es decir, si tu señor esposo es de los de cenar papas fritas con chorizo y mucho pan y ver televisión hasta que salga la carta de ajuste (que ya sé que ya no sale), y tú eres de las de comer verduritas y pollo hervido y correr hasta para ir de aquí a la puerta del coche, por qué narices cuando deciden vivir juntos se te pegan a ti las manía de él y te vuelves una sedentaria zampona en lugar de ser él quien se ponga a dieta y a hacer deporte?

Pero resulta que dicen los psiquiatras que ante momentos de infelicidad, de estrés o ansiedad, de reconocimiento de sueños incumplidos o inalcanzados, vamos, en momentos en que todo se nos viene abajo y nos hundimos anímicamente, nuestro cerebro hace una regresión a la fase oral de cuando éramos bebés recién nacidos, una fase que está directamente relacionada con el placer y la succión, y cuya zona erógena única y exclusiva es la boca. Es una fase que ya hemos desarrollado antes de nacer, dentro del vientre materno, cuando comenzamos a “centrar” nuestra mente en un solo objetivo, comer, alimentarnos y sobre todo obtener placer al chupar, es decir, al poner en movimiento los labios, la lengua y el paladar en una alternancia rítmica. Poner cosas en la boca es la manera que tiene un bebé de disfrutar, aprender y descubrir su mundo y el succionar puede aliviar la tensión así sea de hambre como de ansiedad. De allí la función de las chupas, de hecho la palabra chupa en inglés se dice pacifier, pacificador, algo que tranquiliza y calma, y es justamente con ese propósito que la mayoría de los padres empieza a introducirnos la chupa en nuestra vida cotidiana.

Y es obvio que si de bebés el uso de las chupas suele ser más o menos una solución para calmar la ansiedad y otras molestias que pueden afectarnos, lo es también para calmar las angustias que se producen ante la falta del contacto materno.

Pero claro, todo tiene su lado oscuro y resulta que nuestro cerebro de adultos, que es una máquina perfecta, ante un momento de tristeza o soledad, tiende a necesitar de nuevo esa sensación de seguridad y de placer que sólo obteníamos succionando el pecho materno y es cuando ese mismo cerebro envía mensajes a tu cuerpo y hace que tus piernas te lleven hasta la cocina, tus manos hacia la puerta de la nevera y tus ojos hacia todo aquello que esté ahí dentro y te pueda proporcionar placer, porque ¿verdad que ante un momento así jamás te ha dado por comerte una hoja de lechuga y dos tomates?, no, te da por meterte en el alma un pedazo de chocolate del tamaño de Lanzarote.

En la teoría, la convivencia es el clímax de toda relación de pareja, el compartirlo todo y vivir a diario las pequeñas tragedias y alegrías que conforman la vida de ambos, pero en la práctica, con el paso del tiempo, el príncipe azul empieza a tener canas y la princesa de cabellos de oro resulta que se vuelve neurótica cada veintiún días, cosa que antes de convivir no sucedía porque solía esconderse en casa de sus padres para que el príncipe no lo notara…

Y claro, ante la dura realidad y las canas, los pelos en el lavabo y los tubos de pasta de dientes sin cerrar, suele haber fricciones, ilusiones medio apagadas y ganas de volver al seno materno a que nos resuelvan nuestros problemas, y ya sabemos lo que pasa ante mini momentos así que te empujan a hacer mini excursiones a la nevera para meterte en el alma mini trocitos de chocolate, y como ,vuelvo a insistir, decían los mayores que todo lo malo se pega y a nadie se le contagia una rutina de correr dos horas diarias…

Así que mucho cuidado, que ya sabemos que todo lo bueno es pecado o engorda, y desde luego un plato de papas fritas con chuletas y chorizo delante de la tele es un pecado mortal de los de tomo y lomo y parece que el verano está de verdad ahí, a la vuelta de la esquina.