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El calvario > José Miguel González Hernández

Se nos había prometido que todo iba a acabar. Todos los indicadores apuntaban hacia una rápida recuperación debido a que sólo necesitábamos confianza. Pero al final resultó que la confianza no se come y la nevera continúa vacía. Se nos sigue recomendando la (a)sumisión de las nuevas reglas. Es por nuestro bien. No obstante, todavía quedamos incrédulos los que pensamos que la exageración de los acontecimientos es tan perniciosa como su ocultación. En medio de la desesperanza cualquier solución, por drástica que sea, nos puede deslumbrar, aunque lo que se nos pida en la total claudicación de nuestros derechos a cambio de nuevas obligaciones.

España tiene un problema de solvencia financiera. No por lo que debe, sino por cómo lo debe. La estructura tributaria se basa en una demanda deprimida, con mucho miedo e incertidumbre. Además, la progresividad brilla por su ausencia, de ahí que el esfuerzo fiscal esté deficientemente repartido. Se nos quiere hacer creer que lo público es gratis porque un dinero sobrenatural es el que nos ha mantenido la provisión de determinados bienes y servicios, cuando realmente lo hemos estado sufragando con nuestras aportaciones periódicas en materia de impuestos, tasas, contribuciones y precios públicos. O no se ha sabido, o no se ha querido identificar una cosa por la otra. Aunque tal vez lo que se haya estado haciendo con nuestro dinero es ganar elecciones y asignarse cargos públicos con promesas financiadas por nuestro esfuerzo.

El proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado para 2012 (más bien para la mitad de 2012) no sólo no es justo, debido a que trata a todos los territorios por igual, sino que es también inútil, desde la perspectiva de la reactivación de la actividad productiva. Pero, como decía superratón, “no se vayan todavía, que aún hay más”: son peligrosos al poner en entredicho la cohesión territorial y social de todo un país. ¿A cambio de qué? De cumplir (improbablemente) con los objetivos en materia de déficit público (aparentemente inamovibles) establecidos por la Unión Europea. Es decir, hay que permitir que Alemania pueda continuar con su particular reconstrucción a tipos de interés negativos. Para ello los territorios periféricos debemos constreñirnos. Y de los ultraperiféricos mejor no hablamos, debido a que los ajustes en escala serán trasladados en forma de incremento impuestos, congestión sanitaria, disminución en la calidad de nuestra enseñanza (léase futuro) y más incertidumbre, si cabe. Se nos invita a pensar que el camino justo es el que nos debe llevar a sufrir. Tras el perdón, viene la penitencia a través del ayuno (como hacen las familias en las que todos sus miembros no reciben ningún tipo de prestación), la oración (como forma de disminuir la tensión y la consiguiente agresividad ante las injusticias vividas) y la limosna (debido a que, el que la da, tranquiliza su conciencia, y el que la recibe, probablemente coma). Ésta será la única forma de purificarnos para desarrollar una vida plena. Debemos arrepentirnos por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Se nos dijo que éramos ricos. Se nos aseguró que todo lo que se encontraba tras el escaparate estaba a nuestro alcance y nosotros lo creímos. Pedíamos créditos y se nos daban. Ilusos. El esquema social no se nos había aclarado tal y como debía ser, para que todo funcionara a la perfección. Ahora lo tenemos claro: unos arriba y otros abajo. Siempre igual. Pero yo empiezo a estar harto. Palabra.

*Director del Gabinete Técnico de CC.OO. en Canarias