por que no me callo >

El Cristo y la crisis > Carmelo Rivero

El obispo Bernardo Álvarez me cuenta que los devotos del Cristo lagunero -“la mejor imagen del mundo de su clase”, sostiene tras la restauración que le sacó los colores- le demandan milagros contra la crisis.

Llegados a este punto, queda poco margen para políticas racionales y, dado que prueba de penitencia de por sí ya es el paro, como diría el Papa, amén de la mejor expresión del purgatorio de Dante, volvemos la vista con dolor en plena calle hacia los rostros patibularios que encarnan esa verdad. Cuando veía de lejos aproximarse a un Antonio Bernal barbado con un libro bajo el brazo (como si de una cruz al hombro se tratara), consideraba que era el calvario de un periodista parado, hoy diría que el suyo era un paro profético. Traía la pena en los ojos y el estómago vacío. ¿Has comido algo? Siempre aceptaba la invitación. Y no eran tiempos de crisis todavía cuando, como un demacrado sosias de Cristo, recorría, dejado de la mano de Dios, su propio vía crucis.

Aquel reportero de sucesos en Santa Cruz, como un David Simon en Baltimore, le había visto las orejas al lobo. Hoy sales a la calle y está en todas partes. La mirada muriente de los cristos de la crisis. Francisco Cases, el obispo de Las Palmas, me dijo que la colecta del primer domingo de mes, la que va para Cáritas, resiste. De solidaridad gustaba hablar al fallecido Felipe Fernández. En un pasillo de Radio Madrid me crucé con una figura angulosa salida de un cuadro del Greco. Iñaki me dijo al oído: “Acabas de ver a Dios”. Vicente Ferrer, recién llegado de Anantapur. La India es el continente del alma de Teresa de Calcuta. El periodista y novelista Dominique Lapierre (de La ciudad de la alegría a su nuevo libro, India mon amour) recita: “Todo lo que no se da, se pierde”, un proverbio hindú que acompaña a este antiguo redactor de Paris Match que un día se embarcó con Larry Collins en un paquebote hacia Bombay. Y se enamoró del país donde cohabitan la miseria y la felicidad. A veces, la una sin la otra -cuando esa pareja dispar se deshace-, acaba con la vida de un hombre: el periodista disidente cubano Du Bouchet, acogido en España, se ahorcó el miércoles en Las Palmas al quedarse sin paga de reinserción, y el mismo día el pensionista griego Christoulas (casualmente nombrado) se pegó un tiro al pie de un ciprés delante del Parlamento (es mes electoral), con una esquela en el bolsillo contra los políticos ‘ultraausteros’. Su nota pone los pelos de punta: “Algún día los jóvenes sin futuro tomarán las armas y colgarán a los traidores de este país en la Plaza Syntagma” (cual Mussolini en el 45). ¿O, acaso, sea una de ancianos la revolución pendiente en Europa? Bastones que dirán ¡basta!