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El peor modelo para la peor crisis > Alfonso González Jerez

Bien, estamos en el infierno, aunque aún queda camino doliente y ensangrentado hasta llegar a lo más profundo del hoyo. No es fácil explicar cómo hemos llegado aquí. Dante necesitó escribir la Divina Comedia para hacerlo en su caso. Pero quizás una referencia ilumine parte de un diagnóstico. Los empresarios isleños se dividen actualmente en tres grupos: los preocupados, los aterrorizados y los resignados. Comparten todos una misma desazón: esto se hunde. Por supuesto, esto es el modelo económico en el que participan como agentes supuestamente activos. Ciertamente ahora pueden despedir más y más barato, y no suelen criticar la reforma del mercado laboral precisamente, pero la caída del consumo de bienes y servicios es tan brutal que, salvo casos aislados, su supervivencia a corto y medio plazo está en juego. Ese modelo económico antedicho tenía como una de sus variables un peculiar estándar de relación entre los empresarios y las administraciones públicas y sus ángeles custodios, la clase política. Las administraciones públicas canarias -y muy relevantemente la Comunidad autonómica- han sido durante más de cuarto de siglo las principales asignadoras de recursos en el Archipiélago. Este modesto (aunque complejo) hecho, sumado a la construcción de una potente burocracia propia y a la creciente asunción de competencias, ha concedido a los dirigentes políticos de los partidos del establishment un poder fabuloso que jamás tuvieron sus predecesores. Los grandes y medianos empresarios, en general, se han subordinado a este poder de nuevos oropeles, generosas ayudas y subvenciones y presupuestos expansivos hasta anteayer mismo. Los empresarios se agrupan en organizaciones y plataformas, pero no para hablar de tú a tú con el poder político, sino para sistematizar las demandas comunes y encontrar nuevas vías para mantener las relaciones de siempre, que conduce a la figura del político como conseguidor. No han reparado en que, en la crisis económica estructural que padecemos el papel de conseguidor ha quedado reducido casi a cenizas. Y si lo han hecho siguen aferrados cenicientamente a la capacidad del político en conseguir migajas presupuestarias o normativas. Confederaciones empresariales y cámaras comerciales emiten diagnósticos muy duros sobre la situación económica y social, pero han renunciado casi a cualquier presión política. Presas de la estupefacción se están convirtiéndose en cómplices del desastre sobrevenido. Y no bastará con encerrar en una habitación tapiada a Paulino Rivero y a José Manuel Soria para superarlo.

Ya a principios de los años noventa se tomaron decisiones vinculadas a la economía canaria que configuraron un modelo económico en el seno de España y la Unión Europea y supusieron un cambio sustancial de dimensión histórica: la integración en la política agraria común y en la política pesquera común con un conjunto de salvedades y programas que blindarían supuestamente las debilidades de nuestra producción agraria y nuestra producción pesquera, y la exclusión del impuesto sobre el valor añadido, que luego sería sustituido por el IGIC, con tipos inferiores a los del IVA, recogido con otros cambios fundamentales en la reforma del Régimen Económico y Fiscal de 1991. Desde ese momento el tradicional pacto entre las élites políticas y empresariales canarias con el Estado español (lealtad política a cambio de reconocimiento de las peculiaridades económico-fiscales) se dobló y vinculó inextricablemente con la obligación de ajustarse a las exigencias normativas y técnicas de la Europa comunitaria. Todo el esfuerzo político ha estado volcado desde entonces en la búsqueda de excepcionalidades en la aplicación en Canarias de las políticas comunitarias. Y como tales excepcionalidades se entendían como urgentes las élites económicas pidieron más y quizás los cambios en el Gobierno en 1993 -la moción de censura y la llegada al poder de CC, que se construyó desde el usufructo del poder autonómico mismo- no es ajena a la presión ejercida por los principales intereses empresariales de las islas. En 1994 la Ley de los aspectos económicos del REF termina por definir y establecer la panoplia de incentivos largamente anhelados: la exención del Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales, las bonificaciones de la cuota correspondiente a los rendimientos derivados de la venta de bienes corporales, la constitución de la Reserva de Inversiones: una reducción de hasta el 90% del impuesto de sociedades bajo el compromiso de su reinversión en el plazo de tres años y la creación de una Zona Especial Canaria para entidades de seguros, financieras, comerciales e industriales de baja tributación.

Así se consiguió lo que, durante los años noventa, se consideró un sueño difícilmente evaluable: un sistema económico de ventajas fiscales y galvanizado por la entrada de miles de millones de euros a través de proyectos y programas europeos y con importantes subvenciones y ayudas del Estado español, por entonces en una situación presupuestariamente muy expansiva, en la que Coalición Canaria tuvo y mantuvo un papel fundamental. Lo cierto es que esta situación de privilegiada tenía muy poco. En realidad, con la perspectiva que ahora comenzamos a adquirir, lo que Canarias consiguió en los años noventa cabe ser definido como “rentas institucionales” que poco o nada tenían que ver con su potencia económica. Canarias se articuló económica y fiscalmente como un refugio de sí misma: un refugio legal y normativo, asentado en un conjunto de excepcionalidades fiscales y de generosos recursos financieros de procedencia externa, que en buena parte le permitían desatender los retos del proceso de globalización mundial y de una economía informacional. A falta de estímulos y dificultades en ese pequeño, ambigüo y frágil oasis, por supuesto, todas las llamadas e intentos a favor de una economía más diversificada estaban destinadas al fracaso: las actividades siguieron mayoritariamente concentradas en el turismo y la construcción mientras la agricultura y la pesca desaparecían y la industria avanzaba, como siempre, dificultosamente. Hasta principios de siglo se desarrolló un esfuerzo importante en la inversión en los sistemas públicos de educación y sanidad, pero en la economía privada las diferencias de renta no dejaron de crecer, la renta familiar disponible crecía lentamente y los salarios seguían (y siguen) estando bajo la media española. Otra situación inevitable: el modelo diseñado no favorecía en absoluto un avance en la equidad social, aunque por vía institucional y presupuestaria se compensara, muy parcialmente, a través de los servicios sociales y asistenciales. Y así se continuó, en esa interminable y a veces accidentada negociación a tres bandas (Canarias, Madrid y Bruselas) que José Ángel Rodríguez Martín ha descrito como “una negociación trufada de fondos y obras mientras que con las regulaciones se intenta proteger status quo para conservar una relativa autonomía en las especialidades… Es un signo de una interdependencia asimétrica, en la que se intenta maximizar huecos con paraguas gracias al derecho de pertenencia político-institucional”. Así continuaron las cosas hasta que se oyó el batido de las alas de un cisne negro: un acontecimiento imprevisto que trastoca inimaginablemente el horizonte de expectativas y amenaza con arruinar el paradigma de crecimiento definitivamente: la crisis económica y fiscal de Europa y el lugar particularmente apocalíptico de España en el hundimiento del mercado de la deuda pública y privada del continente. La interdependencia asimétrica fue apenas un paréntesis histórico y la nueva Europa de la austeridad y el control fiscal elimina cualquier continuidad provechosa en la negociación de excepcionalidades. Las élites políticas y empresariales de Canarias (sin saberlo, pero eligiendo entre opciones restringidas) eligieron el peor modelo para la peor crisis vivida en España desde hace medio siglo y para la momento de deconstrucción del proyecto europeo impulsado por Alemania. Es un callejón sin salida en el que, en cada esquina, resurge en cisne negro con voluntad de sacarnos los ojos.