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El Previsible > Alfonso González Jerez

No entiendo por qué Mariano Rajoy me produce vergüenza ajena. ¿Qué tendré que ver yo con este caballerete? Pero la vergüenza se filtra alevosamente por algún lado y sucumbo a ella. De ser un efecto de la (mala) educación democrática. Ver las fotografías que testimonian su comportamiento de ayer en el Senado resulta penoso. El señor Rajoy no fue al Senado a explicar absolutamente nada a los representantes de la voluntad popular, sino a charlotear con los suyos. A la salida le rodeó una nube de periodistas. Una compañera le preguntó sobre su mensaje para tranquilizar a los ciudadanos por la delicadísima situación económica del país. Rajoy balbuceó algo incomprensible. Inmediatamente se dio la vuelta y a grandes zancadas, acompañado por su séquito de guardaespaldas y secretarios, se dio a la fuga. Se metió con prisas en un ascensor que lo llevó al garaje de la Cámara Alta. Salió por la puerta de atrás. Los periodistas se quedaron atónitos.

Y eso ocurrió el mismo día en el que el Rey de la Obviedad, el Presidente Previsible, anunció con una notita de prensa -para ser más exactos; en el cuarto párrafo de una notita de prensa- un nuevo recorte de 10.000 millones de euros en sanidad y educación. Hace una semana escasa entró el proyecto de presupuestos generales del Estado en el Congreso de los Diputados; pues bien, ya empiezan a corregirlos, antes incluso de abrir el debate parlamentario. Cabe interpretar que no se trata, sensu estricto, de un recorte, sino de un difuso conjunto de medidas con las que se pretende ahorrar nada menos que 10.000 millones de euros. Pero en realidad, desde un punto de vista procedimental, se trata exactamente de lo opuesto. Hay que amputar otros diez mil millones y ya se buscarán medidas (privatizaciones, cierres de plantas hospitalarias, reducciones de personal) para alcanzar dicha cifra. Como en las purgas de Stalin, otro previsible. Había que aniquilar a los contrarrevolucionarios y aplastar la hidra de la reacción y se llamaba a los camaradas de Ucrania, por ejemplo:

-No hay que dejar ni uno.

-Por supuesto, camarada. Empezaremos a investigar y a neutralizar a esos indeseables.

-Ustedes investiguen lo que haga falta. La cuota está en 20.000.

Este presidente de Gobierno llegó a llamar a su predecesor, José Luis Rodríguez Zapatero, “tonto solemne”, y quizás no estaba totalmente ayuno de razón. Él prefiere evitar la solemnidad, pero se le escapan las metáforas como a un casposo la llovizna de residuos. Ayer en el Senado ofreció una espléndida: un Gobierno que ante la realidad sale por patas para bajar al sótano, cortar otro pedazo de autonomía política y bienestar social para calmar a los mercados y salir por la puerta de atrás. Una mañana también la encontrarán cerrada. Previsiblemente emitirán otro comunicado.