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El rey elefante > Rafael Muñoz Abad

El afán de esta columna es tratar temas africanos en su más amplio sentido, ya sea analizando la actualidad del continente o bien abordando aquellos aspectos históricos y de relevancia que faciliten entender sus complejas realidades. Lo cual no nos exime de vernos implicados en asuntos de difícil explicación e incluso con cierto tinte surrealista. Una vez más veo mi previsión frustrada y, en base a los curiosos viajes del señor Rivero y de Borbón al continente vecino, me encuentro en la tesitura de comentar “la jugada”. Razón por la que les pido disculpas. La visita del presidente autonómico a Marruecos deja de ser procedente tan pronto como ésta se aleje de la intención de dar cobertura a los empresarios canarios y se inmiscuya en aspectos que son competencia del Ejecutivo español y no del señor Rivero y sus ínfulas de jefe de Estado. Razón por la que la escapada me parece un desacato y una auténtica provocación institucional a una de las competencias exclusivas del Estado español. La excursión, que casualmente acontece a rebufo de la pataleta nacionalista en contra de unas explotaciones petrolíferas aún por definirse y muy posiblemente en aguas internacionales, póngase como se ponga el señor Rull con sus curiosas y oportunas interpretaciones del derecho marítimo siempre leídas bajo la perversión política, me parece un acto muy desafortunado. Una auténtica alegría le debió de dar el presidente canario al Rey de Marruecos al transmitirle a éste su negativa a las extracciones: “… no te preocupes, que no vamos a manchar nada, además, aquí en Marruecos no hay petróleo [entiéndase, déjame toda la bolsa para mí]…” Y lo cierto es que el otro viajecito tampoco tiene desperdicio. Botsuana, al igual que Namibia o Sudáfrica, es un escenario habitual de cazadores acaudalados que emplea los grandes ingresos de la caza mayor y los safaris para mantener sus espectaculares parques nacionales a la vez que para controlar la población de determinadas especies. Sabanas donde más de uno se rasgaría las vestiduras si supiese quién ha andado por ahí a dar un par de tiros sin que nadie se enterase; teniendo la mala suerte el Rey de que un resbalón aireó lo secreto de su aventura africana. Las licencias de caza mayor pueden reportar al Gobierno de Botswana hasta sesenta mil euros por un sólo disparo certificado y que muy rara vez es sobre una hembra; el cobro de la pieza; con el añadido de que su carne, su piel y sobre todo el marfil, no acabarán en el mercado negro. El Rey está en su derecho de practicar la caza, y lejos de hacer apología de ésta o de lo que debe o no hacer el monarca, lo cierto es que la estampa de Juan Carlos I y Dumbo me hacen recordar aquellos añejos retratos en sepia del rey Leopoldo en su finca congoleña; de la vuelta del paternalismo europeo; de Cecil Rhodes y su avaricia; de Memorias de África; o al Doctor Livingstone, ¿supongo? Aun así, huyamos de la demagogia fácil. La caza en el África austral está tan controlada como perseguido está el furtivismo, que es lo que representa la auténtica amenaza para su fauna. Quien haya tenido la oportunidad de comprobar los ingresos y puestos de trabajo que los safaris legales repercuten sobre las comunidades rurales de Botswana o Namibia, entenderá que no todo es ecologismo de sofá.

*Centro de Estudios Africanos de la ULL | cuadernosdeafrica@gmail.com