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El ruido y la furia > Juan Hernández Bravo de Laguna

Nuestros inefables sindicatos hegemónicos, corporativos y subvencionados no quieren entender los fundamentos de una democracia representativa -la única posible-; pretenden contar los votos en la calle y no en las urnas, y aspiran a imponernos la lógica de las pancartas y las amenazas, coacciones, agresiones y sabotajes de los piquetes a la lógica de los debates parlamentarios. Mala salud democrática arrastra una sociedad en la que tales comportamientos proliferan, poseen capacidad social de chantaje y de intimidación, y, lo que es peor, pretenden ser legítimos. Cuando durante una huelga los huelguistas no respetan la ley; un establecimiento privado se ve compelido a cerrar o un servicio público a no funcionar por temor a los piquetes; no se cumplen los servicios mínimos, que constituyen una estricta obligación, y se producen amenazas, coacciones, agresiones y sabotajes, estamos ante un grave déficit democrático. El poeta Gabriel Syme, el protagonista de la novela de G.K. Chesterton El hombre que fue Jueves, quizás el personaje más autobiográfico del autor, es reclutado por Scotland Yard para luchar contra los anarquistas. Consigue ser elegido para formar parte del Consejo Mundial Anarquista, que está integrado por seis miembros y un presidente, cada uno de ellos oculto por el pseudónimo de un día de la semana. A Syme se le asigna el pseudónimo de Jueves, y descubre que los otros miembros del Consejo son también policías, reclutados tan misteriosamente como él. Su descubrimiento se generaliza, y todos los miembros del Consejo caen en la cuenta de que están luchando ente sí y no contra los anarquistas. Incluso averiguan que su presidente, Domingo, es, en realidad, el mismo policía que los ha reclutado en una oficina sin luz que no permitía identificarlo. El problema de nuestros sindicalistas y huelguistas, tan amantes de los jueves (de las siete huelgas generales de la democracia, cinco han sido convocadas en jueves), es que no han dejado de ser Jueves, y, en consecuencia, no han descubierto todavía que están luchando entre sí, es decir, que están luchando en contra de los trabajadores que dicen representar, y que somos todos, en lugar de luchar en contra del verdadero enemigo, que son la crisis y el paro. Unos enemigos a los que solo se puede combatir a golpe de reformas estructurales como la reforma laboral. Y una reforma laboral que Rodríguez Zapatero inició en mayo de 2010 y que este Gobierno se limita a proseguir. Como Gabriel Syme afirma en algún momento de la novela: “La aventura podrá ser una locura, pero el aventurero debe ser cuerdo”. La aventura de la huelga general siempre es una locura. Y lo peor es que está protagonizada por sindicalistas y huelguistas que participan de esa locura.

La democracia legalizó los sindicatos denominados de clase, múltiples, horizontales y voluntarios, que vinieron a sustituir al sindicalismo único, vertical y obligatorio propio de la época franquista. Pero no nos engañemos. Lamentablemente, el sindicalismo democrático español ha devenido en la mayoría de los casos en unos sindicatos corporativos, subvencionados y demagógicos, plagados de liberados que no han trabajado nunca y nido de políticos vergonzantes, cuya mayor conquista ha sido impedir que los Gobiernos de estos años hayan cumplido el mandato de la Constitución y sacado adelante una ley reguladora del ejercicio del derecho de huelga, una ley que prohiba los mal llamados piquetes “informativos” -auténticos piquetes delictivos- y sancione con dureza los delitos de amenazas, coacciones, agresiones y sabotajes que cometen en las huelgas salvajes que se organizan frecuentemente en este país. Y no digamos en las huelgas generales. Una más de las frustraciones democráticas que la transición ha infligido a las ilusiones de los demócratas españoles.

Nuestra democracia precisa con extraordinaria y urgente necesidad. que se adopten medidas de sanidad democrática de nuestra vida pública; unas medidas que pasan por hacer aprobar, de una vez por todas, esa ley reguladora del ejercicio del derecho de huelga, un derecho que los sindicatos, los huelguistas y los medios insisten mucho en calificar de “constitucional”, como si todos los derechos no fuesen constitucionales. Ningún Gobierno de la democracia se ha atrevido a hacerlo por temor a los sindicatos hegemónicos. Y los sindicatos hegemónicos afirman sin rubor que esa ley no es necesaria, y que es mejor la autorregulación, lo que equivale a negar la necesidad de toda ley y todo Derecho.

Se entiende esa postura si tenemos en cuenta que para nuestros sindicatos hegemónicos una huelga implica conculcar sistemáticamente la ley y el orden público, coaccionar a los trabajadores que no la secunden por medio de piquetes delictivos, y cometer todo tipo de desmanes y fechorías. Y, por supuesto, si es una huelga general, paralizar el país. Por citar dos casos relevantes, no hace tanto tiempo de la invasión de las pistas del aeropuerto de El Prat por empleados de Iberia en huelga salvaje, una invasión que puso en grave riesgo la seguridad aérea y muchas vidas humanas. Y en la pasada huelga general, ese piquete comandado por el actor Willy Toledo que destrozó un bar de Lavapiés, en Madrid, e insultó y agredió físicamente a clientes y empleados. Otros muchos piquetes hicieron lo mismo.

William Faulkner publicó su cuarta novela, El ruido y la furia, en 1929. Su título hace referencia al monólogo de la Escena V del Acto V del Macbeth de Shakespeare, en el que se describe la vida como una historia llena de ruido y de furia, contada por un idiota y que no significa nada. En la pasada huelga general que sufrió este país tuvimos ruido mediático y en las calles; tuvimos la furia de los ciudadanos, impotentes ante la alteración de sus vidas y la violación de sus derechos; tuvimos una huelga general inútil que no significa nada ni conseguirá nada. Pero, sobre todo, tuvimos el miedo, el miedo omnipresente de los que no quisieron doblegarse a las amenazas y la intimidación, y, en ocasiones, se vieron obligados a hacerlo. En cuanto a lo del idiota, lo dejamos al buen criterio del curioso lector, aunque hay muchos candidatos entre los dirigentes sindicales.