nombre y apellido >

Emilio Machado > Luis Ortega

De cuando en cuando, con anuncio o por sorpresa aparece con una exposición densa y numerosa para la que siempre tiene explicación. Con más de tres décadas de amistad y valoración, no me atrevo a apostar por donde va a salir Emilio Machado ni hacia donde se dirigirá su próxima escapada. Es un dibujante excepcional y tiene nombre y sitio en la Barcelona de los años sesenta donde estudió arquitectura y expuso en las primeras instituciones y en las mejores galerías. De difícil afiliación a las modas, dejó una suerte de realismo mágico con sus muñecas de porcelana, con sus figuras de misteriosa perfección, huérfanas a posta de un detalle; unos paisajes de meticulosidad topográfica ocupados por extraños habitantes, animales salidos del sueño o del trópico que es un sueño tórrido; azuleó los horizontes en pos de las profundidades que no alcanzan los angulares fotográficos; y, a la manera de los renacentistas sobrios o los austeros flamencos propuso una galería de retratos entre la fisonomía y el símbolo que aguardan, si existiera interés y sensibilidad, un espacio propio para perpetuar el diálogo de las pasiones humanas. Ahora, y no es cuestión de perdérsela, presenta una exposición titulada En busca del vacío, que llena las dos plantas del Círculo de Bellas Artes. Ante el mero enunciado recordamos una sentencia de Braque, sobre ese vellocino áureo que es para los plásticos la tercera dimensión o el vacío; pongan el orden que quieran. “El jarrón da forma al vacío y la música al silencio”, escribió el francés que, con Juan Gris y Picasso, descubrió el cubismo. En estos cuadros últimos de Machado no hay geometrías, ni tan siquiera el jarrón; las sugestiones figurativas proceden de un exquisito decapado que, bajo una abundante materia blanca, aparece como una suerte de regalo, como un guiño de complicidad al espectador, asombrado ante la rara armonía de estructuras diversas, algunas con leves datos antropomorfos o expresiones gestuales en la albura deslumbrante. Dentro de sus composiciones, que abordan los colores primarios con experiencias de una corriente intencional, donde el azar ni se busca ni se rechaza, y combina los recursos estrictamente plásticos, las manchas y generosas aplicaciones de materia, con la lectura poética que hacen los estupefactos o razonables espectadores. Ese es el juego y el reto que nos propone este artista que ha logrado el mérito del reconocimiento sin equívocos en la arquitectura y la pintura, las artes que con más asiduidad cultiva.