economÍa viva > el análisis de corporación 5

Entre todos la mataron… > José Alberto León

…Y ella sola se murió. España afronta los ejercicios económicos más importantes de su historia democrática. La recesión, la desconfianza de los mercados y unos Presupuestos para 2012 que no han convencido a nadie nos encaminan hacia una intervención económica de gravísimas consecuencias para nuestro estilo de vida. De seguir así, a duras penas aguantaremos hasta el verano. El descontrol del déficit autonómico antes de las elecciones locales, el engaño del gobierno saliente sobre la situación de nuestras finanzas públicas, antes de las generales, y el absurdo retraso por parte del gobierno entrante en la presentación de los nuevos presupuestos hasta después de las andaluzas han dejado claro que en España los políticos supeditan lo urgente a la conveniencia electoral de cada momento. Y la gota que ha colmado el vaso son unos Presupuestos para 2012 en los que el Gobierno ha vuelto a hacer un ejercicio de política y no de economía. Con palabras grandilocuentes, ha intentado convencer a Europa y los mercados de que cumpliría con el objetivo de déficit, pero no ha tomado ninguna decisión de calado, por mucho que algunos hayan puesto el grito en el cielo (faltaría más). Y no ha colado.

Vayamos por partes. Teniendo en cuenta los efectos depresivos sobre la actividad y la recaudación tributaria de las propias medidas que se toman, para reducir el déficit en 2012 al 5,3% del PIB desde el 8,5%, el ajuste del Estado debería rondar los 30.000 millones de euros y el de las comunidades autónomas (CCAA) unos 22.000 millones. El Gobierno ha hecho “casi” su parte (27.000 millones de euros de ajuste), pero solo si se asume que las medidas impositivas van a dar el resultado esperado, porque… ¿se recaudarán o no esos 2.500 millones de euros fruto de la amnistía fiscal? ¿Aumentará la recaudación del IRPF, sociedades y cotizaciones sociales en las cuantías estimadas con una economía en recesión? De verdad que resulta difícil creer que la recaudación por ingresos no financieros vaya a incrementarse en 15.000 millones de euros en una coyuntura recesiva. O que el pago de los intereses de la deuda solo aumente en 1.000 millones de euros, cuando la deuda en circulación y su coste no dejan de crecer. O que la cuantía de las prestaciones por desempleo se reduzca en 1.500 millones con el desempleo disparado. Pero lo más increíble es pensar que las CCAA recortarán 22.000 millones de euros en unos pocos meses. ¡Pero si nuestras CCAA díscolas son más difíciles de controlar por el Estado que España por la Unión Europea! La impresión reinante es que no hay voluntad política para recortar el gasto en las materias impopulares, y así el déficit acabará desviándose hasta alrededor del 7% del PIB o más (eso si nos dejan desviarnos, que no parece).

No discrepo con buena parte de las medidas tomadas en los Presupuestos presentados, aunque disiento con la drástica disminución de inversiones productivas, pues reduce aún más nuestro crecimiento y genera desempleo. Sí que apoyo reducir las deducciones fiscales y las subvenciones directas. Demasiadas empresas y personas viven aferradas a un programa de subvenciones o deducciones, en una apacible forma de vida que este año (incluso tras el recorte) nos costará 38.000 millones de euros. La economía funcionará mejor el día que todos nos preocupemos menos de cuánto nos da el presupuesto público (gastos) y más de cuánto nos quita (impuestos). Y tampoco me parece mal eliminar la mayor parte de la ayuda al desarrollo (no estamos en situación de ayudar a nadie, estamos arruinados). Ni las subvenciones a los artistas, para que lleven una vida de cine (nunca mejor dicho), aunque nadie vea sus películas. Ni siquiera la denostada amnistía fiscal me resulta descabellada. Cierto es que resulta poco ético premiar a los defraudadores. Pero es que ya se han escabullido de las garras del fisco y, de tener que elegir entre mirar hacia otro lado por un momento o subir aún más los impuestos, prefiero lo primero, qué quieren que les diga. Porque no hay opción. Mientras el Banco Central Europeo no se lance a emitir moneda solucionando los problemas de liquidez (como han hecho Estados Unidos y Gran Bretaña), dependeremos de que nos sigan prestando el dinero que nos gastamos y no tenemos. O cumplimos con lo que se espera de nosotros para que financien nuestros déficit, o nos cortan el grifo. Como a Grecia, como a Irlanda y como a Portugal.
Tras unos días en Lisboa, he vislumbrado los efectos de la tan temida intervención solo un año después de producirse. No me sorprendieron la sensación de apatía y estancamiento, las infraestructuras mal mantenidas, ni los comercios vacíos. Pero sí los ancianos viviendo a la intemperie y pidiendo por las calles. No lo había visto nunca en un país de la Europa desarrollada. Porque cuando te intervienen, se recorta en un año y de forma traumática lo que tenía que reducirse en cinco años y sin tanto sufrimiento. Que los que te intervienen son tus acreedores y velan porque se les devuelva su dinero, no porque vivas mejor. ¿Queremos que ese sea nuestro futuro inmediato?
Estos presupuestos son el resultado de una forma de hacer política que nos lleva directos al abismo. Como todo el discurso de los partidos se basa en la demagogia y el populismo, no se toman decisiones basadas en argumentos racionales, sino en eslóganes y latiguillos fáciles. Llevamos décadas en las que nunca se toma la decisión más eficiente, sino la más popular, lo que suele conducir a gastar más sin ton ni son. Así, en cada provincia y cada isla se construye un aeropuerto. Qué más da que nadie los utilice y no podamos costear su mantenimiento. ¿Universidades? Una por provincia. Faltaría más. Qué importa que haya facultades con 10 o 20 alumnos. Y además casi gratuita aunque suspendas cuarenta veces. ¿Hospitales? Cuatro por isla. Estaría bueno. Preferimos hospitales infrautilizados e infradotados a dos kilómetros de casa que unos especialistas y equipamiento de categoría a la friolera de cincuenta kilómetros. Y cuando no hay dinero para pagar todos esos dislates, toca lavarse las manos y buscar culpables en lugar de soluciones. La culpa es de los de antes, de los de ahora, de Madrid, de las autonomías…, de todos, menos de uno mismo.
No es de extrañar que los mercados entiendan que nuestros gobernantes no son de fiar. Yo tampoco les prestaría dinero, pero ya se encargan ellos de quitármelo incrementando un impuesto tras otro en lugar de decidir qué gastos, subvenciones y prestaciones podemos permitirnos con lo que ingresamos. No recuerdo la última vez que escuché un debate racional, sensato y sosegado sobre una materia económica. Es desalentador. Nuestros dirigentes siguen instalados en la bronca y ésta alimenta el recelo exterior. No parecen darse cuenta de que nunca desde la Transición habíamos atravesado un momento más delicado. Espero que, como entonces, acaben teniendo sentido de Estado y sean capaces de subordinar su interés particular al general. Hasta ahora no lo han hecho. Y nos jugamos nuestra forma de vida, tal y como hoy la conocemos.