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Felipe Fernández > Luis Ortega

Desde ayer, descansa en la tierra a la que dedicó sus mejores afanes y entre los paisanos que reconocieron sus méritos y otros, pocos y sabidos, le negaron el pan y la sal. Frente a la solemnidad, ajena al fallecido, que reviste a un alto dignatario de la Iglesia en su despedida terrena, elijo para evocarlo con admiración y franco afecto, el retrato que Miguel Arocha le hizo, a regañadientes del modelo, para la galería episcopal, donde aparecía con su humilde desenfado y solo la cruz y el clerimán revelaban su condición, porque su traje gris y su talante amable lo reflejaban como un hombre amable que literalmente se escapaba del lienzo para conversar con su observador de poesía y de música, de necesidades y gracias. También conservo una colección fotográfica y un dvd con un hombre emocionado ante una multitud que aplaude a la Virgen de las Nieves en su penúltima Bajada. El escenario es el atrio del Salvador y el espontáneo homenaje que protagonizó una multitud en el epílogo de El año de la Virgen Coronada, una fiesta de arte que movilizó a cientos de actores y músicos y recordó los fastos canónicos de 1930, oficiados por monseñor Tedeschini. Tras unas palabras breves y cálidas, don Felipe -que me honró con una confianza y deferencia que procedían más de su bondad que de mis valores- me hizo una petición sincera que, modestamente y con más valiosos colaboradores que uno mismo, ya cumplíamos: defender la identidad palmera desde una causa tan alta, tan limpia y sin debate como la patrona de La Palma y los palmeros, sus sitios y su culto. En su Real Santuario coincidimos en fechas grandes y en días casuales y, con la sabia intermediación del párroco -Pedro Manuel Francisco- hablamos de lo que el benemerto leonés (nació en San Pedro de Trones en 1936 y en 1957 fue ordenado sacerdote en Plasencia) llamaba “el tesoro palmero”. En ese rumbo y con la tutela de su sucesor, monseñor Álvarez Afonso, isleños de todas las sensibilidades trabajamos. La memoria se estimula ante su cuerpo presente y su labor, discreta y sin ruido, se deja sentir y se valora por el actual obispo: “Ha sido, es y será clave en la historia de nuestra diócesis por sus catorce años de intensa dedicación, con grandes proyectos pastorales como el Primer Sínodo Diocesano, a la vez que acometió importantes infraestructuras”. Monseñor Fernández García se ganó un sitio en nuestra crónica, una legión de amistades en todos los órdenes de la sociedad y, sobre todo, dejó la huella de la buena voluntad que, como expresó, un famoso Patriarca de Venecia, de breve papado, “es más duradera y profunda de cuantas pueda dejar un hombre tras sí”.