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Se estima que dos terceras partes de las especies que han existido en el planeta se han extinguido. A este respecto, una especie se considera en peligro de extinción, sea vegetal o animal, cuando se encuentra comprometida su existencia globalmente. Esto se puede deber tanto a la depredación directa como a la desaparición de un recurso del cual depende su vida, tanto por la acción de otra especie, debido a cambios en el hábitat, producto de hechos fortuitos o por cambios graduales del clima. Actualmente, 2.448 animales y 2.280 plantas se encuentran bajo la categoría en peligro, junto a otros 1.665 animales y 1.575 de plantas que también lo hacen, pero bajo la categoría en peligro crítico. De forma concreta, las extinciones por causas derivadas de la actividad humana son un hecho reciente, incrementándose la velocidad de su impacto.

Por otro lado, el PIB decrece debido, principalmente, a la importante falla que tiene en el consumo privado, estando éste correlacionado con el nivel de renta de la demanda que a su vez basa su solvencia en los salarios y la estabilidad en el puesto de trabajo. Con la entrada en vigor del Real Decreto-ley 3/2012, de 10 de febrero, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral, no se generará ni más empleo ni más cohesión social. El efecto inmediato ha sido el de la eliminación de la población ocupada con contrato indefinido ordinario con mayor antigüedad sobre una base contable de dudosa credibilidad junto a la eliminación total de la razonabilidad económica de la decisión. Por eso, creo que se nos olvida inscribir una nueva especie amenazada más: la de una persona con empleo. Esta nueva especie puede ser ubicada en las catalogadas como en peligro, aunque, si esa persona posee un empleo de calidad, urgentemente hay que inscribirla en la denominada en peligro crítico. En términos biológicos, se considera a la extinción como un fenómeno completamente natural, resultado de un proceso en el que una especie se origina a partir de otra. Por eso, el empleo, tal y como lo conocemos, terminará por transformarse en otra cosa. Esa otra cosa se orientará hacia la tenencia de habilidades que puedan desarrollar proyectos que generen valor de forma que las personas con baja formación o con determinadas habilidades profesionales y personales que no lo generen, o que sea muy reducido, quedarán fuera del mercado de trabajo. De igual modo, el empleo se orientará hacia el predominio del personal autónomo donde revalorice su propio trabajo. Está claro que se procederá a la rotación laboral en varias empresas y profesiones a lo largo de la vida, en ciclos cada vez más cortos. Sólo las personas con mayor cualificación podrán alargar sus ciclos de permanencia. Pero no desdeñen la idea de que también las estructuras productivas, tal y como las conocemos hoy, irán desapareciendo como parte de la mutación de las relaciones sociales. La solidaridad social será una reliquia.

La sociedad necesita oxígeno y lo que nos ofrecen es pasar por un contexto histórico en el que se nos exige la contención de la respiración para evitar molestias. Cierto es que sin cambios no hay progreso, pero la democracia debe tener como finalidad, no la obligación, sino la habilitación de posibilidades. Para cambiar un sistema se tienen que crear, potenciar o desconectar los mecanismos internos. Esto significa involucrarse en la rueda y no intentar pararla desde fuera. Puede que tengamos razones para tener miedo, pero seguro que hay otros argumentos más valiosos para dejar de tenerlo.

José Miguel González Hernández es Director del Gabinete Técnico de CC.OO. en Canarias