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Joseph Aloisius > Luis Ortega

Ayer se cumplieron siete años de la elección de Joseph Aloisius Ratzinger como el 265 sucesor de Pedro y cuatro días antes había celebrado su ochenta y cinco cumpleaños. Fue el ideólogo en el largo pontificado de Juan Pablo II, su sucesor in pectore y, en muchos aspectos, absolutamente diferente. Ante las virtudes de comunicación del beato polaco, el cardenal bávaro ofrece su perfil intelectual; ante la simpatía de su antecesor, su rigor en las formas; ante la espontaneidad del incansable viajero, su meticuloso talante diplomático. Participó en el Vaticano II, ocupó el arzobispado de Múnich y Pablo VI lo nombró cardenal; Wojtyla lo puso al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición) y se ganó la fama de duro con la que accedió al papado; políglota y erudito en griego clásico y hebreo, pertenece a numerosas instituciones científicas y ha sido distinguido como doctor honoris causa por ocho universidades de Europa y América. Su hermano Georg, dos años mayor y también sacerdote, comparte con el Sumo Pontífice su afición y conocimiento de la música; militó obligado en las Juventudes Hitlerianas y a los dieciséis años participó en la II Guerra Mundial como ayudante de artillería antiaérea, desertó en los estertores del conflicto y, luego, fue hecho prisionero por los aliados. Entre 1945 y 1951 estudió teología y filosofía en Múnich y Friburgo. Sus primeros escritos recibieron severas críticas de sus superiores y en la convención vaticana fue tratado como un reformista convencido, admirador de Kart Rahner, autor de la Nueva Teología. Pronto quedaron fijadas las diferencias, mientras que uno se basaba en la tradición escolástica de Suárez y de su nueva versión a la luz del idealismo alemán, la posición de Ratzinger descansaba en las Escrituras, los Padres de la Iglesia y el pensamiento esencialmente histórico. Trabajó en la Universidad de Tubinga, junto a Hans Küng, con quien compartió amistad y sonados enfrentamientos y, en honor a la verdad, hemos de destacar su coherencia personal que le han provocado airadas contestaciones dentro de la institución católica y la sorprendente adhesión de un sector radical de la iglesia anglicana disconforme con la ordenación episcopal de las mujeres, aunque los sacerdotes casados, ya en la obediencia de la Santa Sede, podrán mantener su estado. Papa de transición, como se ha definido él mismo, su mayor mérito radica en la organización y coordinación de la burocracia vaticana para los tiempos nuevos.