Hace ya más de una década, las empresas y comercios incluían en la denominación social la etiqueta de 2000.
En un ataque de creatividad, suponía un aire fresco amalgamado de tecnología e innovación que hacía a la empresa, por arte de magia, mucho más pro y, pasado los años, los letreros luminosos transmiten un tufillo rancio y decadente.
El efecto dos mil, no afectó pero sí dejó a su paso el mal gusto de la creatividad del corre corre.
Una oleada anterior, inundó las calles del espantoso genitivo sajón, obligando a leer por doquier barbaridades como Manolo’s Bar, o peor, Peluquería Rulo’s.
Ahora la moda coloca el cartelito de 2.0 y convierte a las marcas y actividades en un ente cyberconectado con el mundo exterior de los gigas.
Tienen Facebook, Twitter…; algunos se adentran en las redes de lo más nuevo. Quieren la presencia digital a toda costa, de forma inmediata, barata y efectiva.
Ser 2.0 no equivale a tener redes sociales a mansalva, requiere de un trabajo de reestructuración y maduración de una mentalidad empresarial anclada en tiempos pretéritos donde el empleado no tenía voz ni voto y las quejas y reclamaciones no hacían otra cosa que cabrear al medio jefe de turno.
Las marcas tienen que estar dispuestas al diálogo, a interactuar, conversar, compartir y ser uno más en el patio de vecinos.
Contestar menciones no es la única tarea a desempeñar. Creer que somos fantásticos por tener 3.000 seguidores y solo seguir a 40, no es tener mentalidad 2.0