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La plaza de Genaro> Salvador García Llanos

Pasaba una procesión y mientras los participantes y los espectadores hincaban la rodilla en determinado momento, él siguió de pie, golpeando suavemente con un periódico enrollado su pierna derecha. Otro día, le regaló un libro de pensamientos de María Zambrano, enfatizando el nombre de la autora. No te olvides. Todo ocurrió allí, en la plaza por antonomasia.

Juan Cruz Ruiz convirtió a Genaro, a Genaro Torres Álvarez, en uno de los ejes de su discurso de ingreso en el Instituto de Estudios Canarios (La Laguna), titulado Aprender de isleños, otra pormenorizada incursión en el inmenso territorio de su memoria, de su adolescencia más tierna e inocente, de su infancia descubridora de episodios y personajes, residenciada en aquel recinto de andanzas, juegos, lecturas tempranas y aprendizajes que era la plaza del Charco, la plaza de Genaro. Allí fue donde trabó amistad con el hombre que no se arrodilló, el hombre que a principios de los sesenta del pasado siglo leía a Zambrano, Hernández, Besteiro y Madariaga. El de Zambrano fue el primer libro que recibió y tocó Juan Cruz Ruiz. No se olvidó, no.

Genaro, recordemos, era el mayor de varios hermanos, había emigrado a Venezuela, como tantos otros portuenses, a muchos de los cuales enseñó y ayudó. Era un lector empedernido, culto, autodidacta, amante del teatro y de la zarzuela. Había memorizado algunos pasajes de distintas obras que interpretaba, junto a amigos, en ratos de perras de vino. Fue uno de los componentes fundadores de la coral Reyes Bartlet, cuando estuvo dirigida por el maestro Cabrera.

Genaro era uno de los fijos de la plaza, siempre poblada a cualquier hora. Un hombre contrario al régimen preconstitucional, respetado por sus amigos y allegados. Madridista confeso y crítico, como en aquella ocasión en que repetía los versos adaptados de la ranchera de Cuco Sánchez por el catalán Ricardo Pastor, a propósito de una eliminación europea y la salida del club de Alfredo Di Stéfano: “Y tú que te creías el rey de todo el mundo…” Santiago Palmero, también madridista, otro de sus fieles compañeros y contertulios, le secundaba.

Cuando Cruz ganó el Pérez Armas con Crónica de la nada hecha pedazos, mostraba el periódico con fruición. “Para que veas que hay buena cabeza”, dijo en aquella oportunidad, siempre golpeando el muslo derecho con el periódico doblado. Genaro Torres escrutaba, sin un mal gesto, en la plaza, en su plaza, el paso y las vivencias de decenas y decenas de amigos. Con la seriedad de su aspecto severo, dirigió personalmente una de las mudanzas de la familia que completaba su ciclo emigrante. Era un enseñante de a pie y se convirtió en una referencia para los jóvenes y estudiantes de la época. Su pérdida fue muy lamentada: acompañamos a Paco Afonso, ya alcalde, en su sepelio, en Punta Brava, el barrio que vio crecer con la inquietud tesonera de su gente.

Juan Cruz Ruiz hizo girar sobre el primer libro del que dispuso en su vida y el gesto de no arrodillarse al paso procesional de aquel hombre adusto los afanes evocadores que rescataron hechos que marcaron su existencia y que plasmó en una nueva entrega con ese sello personal e intimista que hasta hace casi nuevo lo que ya se conoce.
Fue allí, en la plaza de Genaro.