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Luis Folgueras > Luis Ortega

En la madrugada de la Pascua de Resurrección, el popular clérigo Manuel Díaz, tropezó en las escalinatas de la Parroquia Matriz del Salvador, que reformó en la estética neoclásica y gobernó con mano firme, brillantez pastoral y caridad evangélica. Murió al día siguiente a causa de las graves heridas y su entierro constituyó la mayor concentración humana conocida hasta entonces. Contaba entonces ochenta y nueve años y fue la víctima favorita de la ira integrista de monseñor Luis Folgueras Sión (1769-1850), un sacerdote de formación discreta, con gran capacidad para medrar en la corte y que pasó de su fidelidad perruna al pusilánime y prolífico Carlos III -la peor herencia que nos dejó su padre el ilustrado Carlos III, que renunció al reino de Nápoles para gobernar España- a las intrigas y conjuras del príncipe Fernando que dedicó gran parte de su juventud a derrocar a su progenitor.

Tras la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, con El Deseado en el trono, fue promovido al recién creado Obispado Nivariense como premio a sus servicios y entró en La Laguna, con un discurso plagado de buenas palabras pero que, al poco tiempo, su carácter retrógrado y peligroso, traicionó aquel pronunciamiento con múltiples roces y enfrentamientos con el Cabildo catedralicio, con la Diócesis Canariense -a causa de los patronazgos marianos- y con todo aquel que osara cuestionar su autoridad absoluta, igual en lo eclesiástico que su señor Fernando VII en el gobierno, torpe y airado que el pueblo que había luchado por él y le había entronizado.

Díaz Hernández padeció la implacable persecución del ordinario, que le abrió un proceso de infidencia a partir de un exhorto tras el segundo juramento en falso del funesto monarca, durante cuyo reinado España perdió el noventa por ciento de sus territorios ultramarinos y oprimió a sus súbditos como en los peores tiempos del Antiguo Régimen.

Después de dos décadas, el colérico mitrado fue trasladado a Granada -donde tampoco dejó buén recuerdo- y falleció trece años antes que su brillante perseguido. En tanto la vida y la obra del beneficiado Díaz forma parte sustantiva de la personalidad de La Palma y de la historia de Canarias y la Semana Santa que hoy se clausura le debe su original desarrollo, el prelado vengativo apenas si ocupa unas líneas en el gentilicio asturiano, un lugar en la lista de prelados granadinos y un ejemplo, recordado en tradiciones y cronicones locales, de lo que no debe ser un buen pastor.