nombre y apellido >

Mario Conde > Luis Ortega

El carrusel de pícaros y frívolos que gira en torno a la Casa Real y solapado las políticas impuestas por los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo y los intereses de la comadre Merkel, que pretende (veremos que en vano) salir de rositas de la crisis en la que tiene mayor responsabilidad de la que asume. A monárquicos de variado cuño y ciudadanos sin entusiasmo por la institución, le parecieron bien las breves excusas del monarca a su salida de la clínica donde se le arregló su rota cadera y se le puso una prótesis. El episodio de Botsuana, con antecedentes y secuelas (no nos engañemos) no es el motivo central del desgaste de la restaurada monarquía, incluida en la Constitución de 1978 y que, al menos durante tres décadas, satisfizo a los partidarios y no molestó a los republicanos, resignados a mantener la utopía para tiempos mejores. Desayunar con el activo y codicioso Urdangarín, alto, guapo y deportista de élite -el yerno al que aspiraban todos las suegras- abrió la veda, porque la fábrica -si bien dejaba ver algunas fisuras- era un tema tabú para los medios informativos, que gastaron todo el jabón posible con la Familia Real y las Fuerzas Armadas, por citar sólo dos ejemplos. Con la mayor sinceridad, pienso que lo peor que, ahora mismo, le ocurre a don Juan Carlos son los defensores que, mandados o de motu proprio le han salido; con esos abogados, adulones sin argumentos y advenedizos que se arriman a la ola (no importa cual; “sin con barba San Antón y si no la Purísima Concepción”) y, mediante contrato, remuneración e intereses futuros, salen a la palestra y opinan y pontifican, en este país de sabios y moralistas. En las últimas fechas, Leandro de Borbón -hijo de Alfonso XIII y de una señora actriz- y su hijo del mismo nombre, hablaron excátedra de lo ocurrido, juzgaron y aconsejaron; Pilar Urbano, biógrafa de la reina en cuya boca pone lo que ella -la piadosa periodista- piensa, siente o sigue por obediencia debida -y hasta el inefable Mario Conde, juzgado y condenado como responsable de la quiebra un banco y tertuliano petulante de un canal de ultraderecha, se han convertido en letrados del monarca y, con ellos y sus pedestres consideraciones, no hacen falta acusadores. Por otro lado, el debate de la abdicación que alimentan alegadores de la derecha resulta una torpe maniobra de distracción -para no hablar de temas diarios y más graves- y, no nos engañemos, para no entrar en la cuestión de fondo: la forma de estado que quieren y deben decidir los españoles.