opinión >

No lo busquéis entre los muertos > Carmen Ruano

No lo busquéis entre los muertos. Eso dijo el cura que ofició el funeral por José Domingo Gómez. Y tenía razón. Mientras la familia acompañaba el ataúd hasta el cementerio, José Domingo se quedaba entre nosotros. Porque cada uno de nosotros atesora un trocito de José Domingo, que dedicó toda su vida a eso, a darnos su corazón.

El trozo más grande se lo entregó, nada más conocerla y hasta el final de sus días a Clara, el amor de su vida. Con el paso del tiempo desgajó su corazón entre sus hijas y sus nietos y, por supuesto, entregó sin paliativos parte de él al fútbol y al derecho -¿o debería decir la justicia?- a partes iguales.

Quien ama por igual a la justicia y al fútbol sólo puede hacer una cosa: escribir un libro como Elogio del árbitro de fútbol, porque un juez y no otra cosa es el otrora hombre de negro que dirime las discrepancias que se producen sobre un campo de césped.

José Domingo era -es- un hombre íntegro, jovial y serio, leal y apasionado. Si a Clara, a sus hijas y a sus nietos; al fútbol, al Tenerife y a la Justicia entregó su corazón, no es menos cierto que tampoco vaciló a la hora de repartirlo entre sus clientes, primero, y amigos, luego. Pedacitos de José Domingo que ellos, nosotros, yo, atesoramos.

El día de su muerte acudía a visitar a un cliente. El ascensor estaba estropeado y él podía haber dado media vuelta y aplazar el encuentro. Pero no lo hizo. Decidió, como era su costumbre, entregarle otro trocito de corazón sin darse cuenta -así era él- de que era el último que le quedaba. Por eso decía bien el cura: no lo busquéis entre los muertos. Él está con nosotros, late con nosotros hasta el día en que muramos y aún más allá en el tiempo porque nuestra obligación es cuidar de José Domingo, impedir que deje de latir su enorme corazón. Por eso, insisto, no lo busquéis entre los muertos…