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Puntos suspensivos > Román Delgado

El domingo, si se acompaña de lluvia lejos de un habitáculo fuera de ordenación (cuatro paredes igual de vulgares que otras tantas miles en esta ciudad), de tonga de papeles y de jornada de descanso, da para mucho, quizá para demasiado…, sobre todo cuando uno ya se había acostumbrado casi a todo lo contrario. El domingo así deja un hueco resplandeciente y propicio para el pensamiento y la reflexión, y para llegar a conclusiones que pueden ser hasta provocadoras. No importa. El domingo a veces se hace infinito y en su larga agonía permite que alumbre la cuasi certeza de que ahora sí nos hallamos en una nueva era, en la era de la política de puntos suspensivos. Sí, puntos suspensivos: el pensamiento ideológico ha dejado de existir con esta política de cartón piedra, y la acción errática, tal y como hoy se padece, ha sido capaz de finiquitar la que se suponía condición suprema del Estado en este amago de modernidad: la protección de la ciudadanía. Los tiempos han cambiado, y no sólo ahora, con el PP y su incontestable mayoría, sino que esto viene de atrás: esto viene de la era de José Luis Rodríguez Zapatero, e incluso de mucho antes. Pues claro. Ya no hay razón política que valga y no tenga traslación numérica; ya no hay iniciativa que no tenga su razón de ser en una secuencia de dígitos; ya no hay lugar para la duda, para la posibilidad de que igual a las supuestas soluciones se llega por distintos caminos; ya no hay luz para el disenso; ya sólo existe la imposición del número, la dictadura de la prima de riesgo, del déficit, de la deuda, de la tijera que corta hileras de millones, de la marcha atrás sin colchón para amortiguar el golpe de la destrucción prolongada y temblorosa que deja sin esperanza al que ya no cuenta con su única y legítima agarradera, la que más preconiza el sistema, o sea: trabajo, trabajo, trabajo… Trabajo para la vida. Pero es falso: no hay. La vida hoy, aquí, en este domingo y en los días venideros, sin retorno posible, sólo dibuja tandas de puntos suspensivos, interrogantes en la arena: unos que se diluyen con la subida del agua marina y otros que perduran sólo hasta que la marea llene de nada, de desesperanza y de negro muy oscuro, un futuro que nos prometíamos muy felices, también hecho de números… Y ya se sabe lo que pasa con los números, a diferencia de lo que representa la palabra: los números se cortan con facilidad, crecen y fenecen en una milésima de segundo; traicionan, como ahora mismo se ve (y como ayer también ocurrió), mientras que la palabra se agarra, se aprieta, se apodera de la virtud de aspirar a estar mejor. ¡Mejor! Pero esto hoy poco importa: sólo van quedando los que aún se pueden alimentar con números, con cifras, aquellos a los que los recortes todavía no adelgazan: pronto pura minoría. Y la mayoría sólo aspira a ese alimento, pero sin agarraderas. Triste.