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Querer>Tomás Gandía

Un eficaz camino para sobreponerse a las circunstancias es hacerse superior a ellas. Aunque insuperables obstáculos cierren permanentemente la vereda en determinada dirección, cabe esperar razonadamente que por regla general no serán en otra distinta insuperables ni persistentes. No siempre la voluntad está al nivel de la posibilidad, que no todo se consigue con el trabajo, que existen cosas aparentemente imposibles, incluso para las más recias voluntades, y que no siempre puede uno hacer lo que quisiera, porque la misma naturaleza establece impedimentos que ni el ingenio ni la voluntad pueden traspasar. Señalaba Disraeli que “el hombre no es hijo de las circunstancias, sino que las circunstancias son hijas de los hombres”. La voluntad desbarata la perniciosa doctrina del fatalismo. Parece ser que en multitud de ocasiones lo que pudiera denominarse “tener éxito en la vida” depende de la fuerza de voluntad, y lo menoscaba cualquier debilidad o flaqueza.

La voluntad es susceptible de educación. Seguramente constituya la potencia que con mayor facilitad pueda llegar a convertirse en hábito y costumbre. Habría que considerar que no todas las posiciones sociales se deben a la influencia de los parientes y amigos, a “las mangas”, porque muchas veces en la carrera de la vida llega antes a la meta quien con sus propias manos aparta los obstáculos del camino que quien encuentra ya tendidos los puentes para salvarlos. Además, la diligencia es madre de la suerte. Que lo que se llama fatalidad no es sino apatía y negligencia, y que en multitud de ocasiones el fracaso proviene de haber desperdiciado la oportunidad que se escapa, se desliza y escurre de entre las manos del que no sabe aprovecharla.

Y conviene recordar lo que alguien escribiera: “Las gentes no están faltas de fuerza sino de voluntad”.