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Robert B. Sherman > Luis Ortega

En cualquier parque o espacio de ocio de la factoría Disney, oiremos una sintonía elemental, limpia de estructura y que, interpretado en la versión original por un coro de niños, sirvió de himno de la Feria Mundial de Nueva York de 1964. La canción popularizó mundialmente y enriqueció a los hermanos Robert y Richard Sherman, norteamericanos con sus origines en la actual Ucrania y que, en 2005, entraron en el Salón de la Fama de Compositores, y en 2008, recibieron la Medalla de Oro de las Artes de Estados Unidos. Detrás de su exitosa carrera, está la férrea voluntad de su padre -Ali Sherman, uno de los mejores creadores de la música popular, a caballo de los siglos XIX y XX- que dirigió sus estudios y les impulsó a trabajar para el público infantil, que se revelaba ya entonces como un inagotable fuente de consumo. El olfato de Walt Disney no falló en el fichaje del dúo porque, un año después, en 1965, Mary Poppins, tuvo trece nominaciones de la Academia, incluida la mejor dirección -Robert Stevenson- y mejor película y ganó cinco estatuillas: a la mejor actriz (Julie Andrews), al mejor montaje y efectos especiales y, sobre todo, a la mejor banda sonora y a la mejor canción original (Chim chim che-ee), interpretada por el protagonista masculino (Dick Van Dicke),el inolvidable deshollinador, Robert B. Sherman (1925-2012) cosechó nuevos éxitos y nominaciones por filmes tan populares y taquilleros como El libro de la selva, Los aristogatos, y La bruja novata, y entró también en la lista de los Grammys; simultaneó sus composiciones y arrreglos, casi siempre en estrecha colaboración con su hermano pequeño, con trabajos en pintura, escultura, novelas y guiones cinematográficos, caracterizados por su optimismo, como el himno de la muestra neoyorquina que, en plena guerra fría, proponía una globalización de risas y lágrimas, un mundo más solidario y generoso, y “el derecho universal a la felicidad”. Deja tras sí una obra sencilla y sólida, de diáfana inspiración que, hace medio siglo, traspasó todas las fronteras físicas, políticas y culturales, porque una niñera mágica y un limpiador de chimeneas, divertidos y bienintencionados no suponían ningún riesgo para un planeta dividido por los intereses y las ideologías. “En un mundo de esperanzas -escribió- hay tantas cosas que compartimos, la misma luna, un sol de oro, una sonrisa. Es un mundo pequeño, después de todo; a la medida de los hombres buenos”.