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Con el escudo de una esfera del mundo y la inscripción latina Primus circumdedisti me, que significa “el primero que me rodeaste”, fue obsequiado el navegante Juan Sebastián de Elcano al quedar al frente de la expedición de la primera circunnavegación de la Tierra, tras la muerte en alta mar de Magallanes y completar la travesía alrededor del globo. Discurría el año 1522, y Elcano atracaba victorioso la nao Victoria en Sanlúcar. Siglos después tendría lugar la botadura del buque escuela de la Armada Española Juan Sebastián de Elcano en 1927, uno de los veleros más antiguos que aún surcan océanos en el siglo XXI. En este buque se forman actualmente los futuros oficiales de la Armada, ejerce de embajador en diferentes países y recibe a muchos españoles en puertos extranjeros. En estos días, Elcano visitó Tenerife en su primera escala tras partir de Cádiz y en su travesía anual como crucero de instrucción. Fui obsequiada por su comandante, Gómez González de Córdoba, en una recepción que me trasladó casi en el tiempo al medievo, pues las dependencias de este buque conservan detalles históricos desde su nacimiento. Al caminar por la proa, no pude por menos de acordarme del Titanic, que colisionó con un iceberg un 14 de abril de 1912. Dos buques históricos, casi hermanados en la época, pero con cartas de navegación tan distintas. El Titanic, buque civil, que se dirigía a Nueva York, nunca llegó a tocar tierra, aunque llevaba el cartel social de insumergible. Sin embargo, también es considerado como una nave que nos representa a todos, y tras su hundimiento, fue convocada la primera convención y el primer convenio internacional sobre seguridad y protección de la vida en el mar, en 1914. Celebramos el centenario del Titanic, y de alguna manera, evocamos el espíritu romántico de su leyenda, de sus enseres rescatados del fondo marino, y de lo que aún queda por descubrir, y quizá el mar nunca lo relate, pero eso también nos permite imaginar cómo fue la experiencia de centenares de personas, y si en tales circunstancias seríamos capaces de dar la vida por alguien amado o desconocido, o recién avenido a nuestro destino. Algo parecido se revivió en el buque Concordia el 13 de enero de 2012, cuando encalló y sus pasajeros se debatieron en el Mediterráneo entre la vida y la muerte. Esta nave promovía el deseo de armonía, unidad y paz entre naciones europeas. Y ahora contemplo tres buques, tres historias, y todos vinculados entre el salvamento a las personas, la entrega en la mar y la supervivencia diaria. Ahora miro una cuarta historia y veo a España como un buque a la deriva, cuasi intervenido en su navegación entre países de la UE, y tratando de cambiar sus cartas de navegación buscando un puerto seguro… Pero ¿qué país europeo mantiene hoy en día la concordia interna necesaria para no naufragar?, ¿qué miembro europeo conoce una ruta fiable para salir de la crisis? El capitán del Titanic salvó su conciencia con una frase muy respetada: “El capitán se hunde con el barco”, y … ¿todos los capitanes europeos en Bruselas están dispuestos a hundirse con su economía flotante? Ahora miro el iceberg culpable del siniestrado buque de la UE, en el que España ocupa un camarote en gabinete de crisis y recortes sin fondo, y me doy cuenta de que este iceberg es difícil de deshelar, porque está congelado de bonos de inversión sin euros tangibles, de valores náufragos en bolsa, de un PIB empobrecido, de economías de mercado arruinadas, y me pregunto si hay un plan de evacuación para todos, o sólo para unos pocos, como sucedió en el Titanic. Y si hay sacrificios, ¿quién daría la vida por quién? Ojalá haya salvavidas para todos.

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